Cuando una nube tiene ganas de mear,
gotas caen, caen gotas
que en charcos y riachuelos
guiñan el ojo a las ranas.
Y la nieve de las montañas
va bajando toda aguada
y los caracoles sacan los cuernos
si la concha les va a medida.
Un puñado de mariposas
vuelan, vuelan, voletean,
y son tan y tan bonitas
que las moscas se mosquean.
Pero esta pizca de celos
pronto desaparece,
porque hoy es un gran día:
ha llegado la primavera.
La Naturaleza se despabila
y se lava los ojos con rocío,
la falda que se pone
es florida y multicolor.
Y, mientras se maquilla
silbando una tarantela,
hace que el paisaje brille más,
hasta parecer una acuarela.
En el pueblo, los que madrugan
notan un nuevo aroma
mucho más fresco, mucho más fino
que el que el aire solía traer.
Se les expande el corazón
hasta saltarles del pecho
y no tardan en darse cuenta
de que ha llegado la primavera.
Los bastones de nuestros abuelos
reverdecen todos a una
y en las grandes cabezas de los sabios
florecen los logaritmos.
Y, en ciudades, campos y pueblos,
los campesinos y los notarios
se fabrican golondrinas
con las hojas de los calendarios.
Al notar las parejitas
que sube la temperatura
no están por puñetas,
que la vida no se detiene.
Y es que el tiempo, sin hacer ruido,
se larga por un atajo
y, dejándonos la memoria,
se nos lleva la primavera.
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