Los bolsillos de los niños
Todo niño habla un idioma
que los adultos ya no entendemos
y, al no entenderlo, nos burlamos de él
o nos molesta y lo ignoramos.
Cuando los adultos decimos “temor”,
los pequeños dicen “estrella”.
Si nosotros decimos “finanzas”,
ellos dicen “arco iris”.
Los niños tienen tantas cosas
que nosotros ya perdimos
al dejar mustiarse las rosas
y pasarnos al vermut…
Todo lo que un día rechazamos
para creernos importantes
solamente late en los bolsillos
de los niños.
La palabra
deja el aula
de la mano de un benjamín
que la lleva,
dándole escolta,
hasta donde pueda construirse el nido.
Pero ni torres ni barracas
son lugares tan fantásticos
para hacer el nido como los bolsillos
de los niños.
Los adultos, en los bolsillos,
llevamos dinero y llaveros,
cigarrillos y petacas,
talonarios y problemas.
Ellos llevan la alegría
de mil mundos iluminados
y una inmensa geografía
de agujeros y desgarrones.
Saben convertir en milagros
todas las vulgaridades
y destruyen los obstáculos
que los adultos tenemos vedados.
Recogen hilos y chapas,
trolebuses y elefantes…
Todo cabe, en los bolsillos
de los niños.
No sé qué daría yo
para lavar de cloroformo
el crío que un día fui
y que aún duerme en mi interior.
Guardo todavía su sonrisa
y su llanto desconsolado
pero, aunque quiero revivirlos,
tengo el corazón atrofiado.
Ya no puedo dar marcha atrás
y nada tengo delante,
me he vendido la primavera
y no he salido ganando.
Solamente he hecho algo más amplio
el rebaño de los ignorantes
escupidos de los bolsillos
de los niños.