Vivir es un buen trabajo
Vivir es un buen trabajo
sin sueldo ni seguro.
No hay que dominar otra herramienta
que no sea la esperanza
-y es una herramienta que no cansa
tener fuera del estuche.
Me hicieron salir del huevo
en el mil novecientos cincuenta y nueve,
negándome la quimera
de poder dar marcha atrás
Con Saturno, crecí
aprendiendo de contrabando
la palabra arrinconada
y el placer de ir por caminos desviados.
Aprendí a pasar los dedos
por las chicas y las noches,
a dudar después de creer
y a ahogar las neuras con coñac,
a pegarme hostias
contra puertas condenadas
y a notar que el paso de los años
hace ruido de desengaños.
Soy producto de un país
descuartizado y olvidadizo,
cuando retrocede, cree que avanza
y es feliz narcotizándose.
Un barniz de ordenador
no ha escondido el viejo temor
que, amparándose en la prudencia,
quiere negarnos la existencia.
Nos bajamos los pantalones
para que trempen los cañones
sin piedras en el riñón
y con la lengua sitiada.
Seguimos parsimoniosamente
con una vida de colonia
repitiéndonos la canción
del “Podría ser peor”.
En un astro esmirriado
de las afueras del infinito,
compartimos manías y oprobios
y vamos compartiendo microbios.
Cuando el astro morirá
no tendremos otro a punto,
pero el Hombre, tan simpático,
ya le canta el viático.
Cuando jodamos del todo
el mar y los bosques, la tierra y el aire,
ya tendremos a punto el ataúd
y nos podremos dar de baja.
A menos que a alguien le interese
que todo se apresure
y nos envíe a la porra
de manera contundente.