La flor de la pereza
La flor de la pereza se coge sin esfuerzo;
no hace falta ni agacharse, se injerta en los corazones.
La flor de la pereza no se deja arrancar,
pero si la acaricias no huye de tu mano.
La flor de la pereza no es flor de jardín,
se abona con ternura y se riega con buen vino.
La flor de la pereza desprende aroma para quien ella quiere,
o encoge el olor como un caracol.
No es una flor bien vista
por la mayoría de gente de este valle:
prefieren la triste
ortiga del trabajo,
que les hace subir a pinchazos
el camino empinado
que conduce a un mundo de hadas
y revistas ilustradas,
y que acaba en el ataúd.
La flor de la pereza la llevo siempre en el ojal
cuando paseo y me distraigo, cuando duermo en mi madriguera.
La flor de la pereza me ofrece simientes
que planto protegidas me miedos y angustias.
La flor de la pereza, cédela al vecino:
si quieres esconderla, se mustiará
como el pájaro enjaulado, la muchacha en el taller,
el niño en el aula, el mendigo en la calle.
Y es precisamente a ras de acera
donde nace para hacer de cebo,
para vencer las obsesiones
del hombre que va y que viene.
Si tienes un sueño, amamántalo
y haz que crezca fuerte.
Si te queda un sueño, amamántalo
con jugo de pétalo,
y haz vergeles de un yermo.
La flor de la pereza solamente la verá
quien aún no se haya cansado de mirar.
Pero si tienes la mirada empañada por la costumbre,
la flor de la pereza se disfraza de humo,
y deja que la ignores, y te permite marchar
hacia un invernadero donde podrás contemplar
la flor de la prisa, la flor del tiempo breve,
la flor del engaño y la flor del absurdo.
Antes de que, medio en broma,
el tiempo te joda bien jodido,
comprueba que es de goma:
¡tira de él fuerte, muy fuerte!
Y, cuando te vaya a medida,
hazte con él un colchón
donde disfrutar de un gran sueño
con una flor acurrucada
entre el cerebro y la nariz:
la flor de la pereza.