Si nunca has visto nevar en pleno julio
cuando la ciudad se afloja la corbata
y un huevo frito suplanta al sol
y el asfalto bajo los pies se derrite como chocolate. .
Si nunca has visto copos y granizados
marcarse un vals en clave de escalofríos
mientras allá en el puerto esquiadores sudados
cabalgan desnudos el lomo de las vacaciones,
entonces las palabras son verjas que el óxido
ha inutilizado.
Nunca sabrás lo que hay bajo la piel
frágil del sonido...
Verás cerradas las puertas del palacio
donde no podrás entrar por mucho que te arda el pecho
y permanecerás -grumete huérfano de nave-
a un palmo del infinito.
Si nunca has visto hogueras de San Juan
desafiar la lluvia de noviembre,
lamer el cielo bajo con lengua llameante
y entrar en la noche tal como avanza un miembro
secreto adentro (o niebla adentro, qué más da:
quien ama un cuerpo, ama el cautiverio
de lo que, incierto, no se deja dibujar...)
Si no has visto fuegos que engendren el misterio,
entonces las palabras son alas de cartón,
gaviotas muertas.
Nunca sabrás lo que hay donde el horizonte
mezcla los azules.
Tal vez creas percibir lejos, muy lejos,
unos cuerpos plateados que te hacen señales silenciosas
-polvo fugaz, espejismo que desaparece
al desatarse el viento.
Si nunca has visto los almendros florecer
a medianoche, cuando el año cede la herencia,
empuña el bastón y emprende un nuevo camino
fuera del tiempo, pero no de la existencia...
Si nunca has visto lo que nadie ve
porque no puede, no es necesario, no está en la lista,
es peligroso o inmoral, y en todas partes
el exceso de luz zarandea la visión,
entonces las palabras no son más que segmentos
de lombrices de tierra.
Nunca sabrás lo que hay donde los firmamento
juegan a los dados...
Vivirás hoy cuando hay quien vive mañana,
cuando hay quien le saca el jugo al fruto que te has prohibido,
y envejecerás teniéndolo todo muy claro
y sin entender nada.
Si nunca has visto nevar en pleno julio,
entonces las palabras se te murieron en la cuna.
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