“...mais il y a des épines sans rose.” (Jacques Prévert)
No es una cebolla, sino la vida
quien te excita el lagrimal.
Buscas seda y hallas sida,
y cabalgas sin riendas,
y pierdes pie al cruzar el vado.
Y te aferras a la tierra
que tendrá que devorarte.
Y, con el corazón en pie de guerra,
te escribes cartas con la mano izquierda
para poderte engañar.
No hay rosa sin espinas,
pero hay espinas sin rosa.
Ya te sientes, ya camines,
la calle que lleva a la losa
va deslizándose bajo tus pies
y te lleva hacia adelante.
Como el asno las zanahorias,
siempre persigues el mañana.
Lo imaginas, te embriagas,
el deseo te clava dagas
que no osas arrancar.
Tienes en la cabeza tu gran escena
llamas “presente” al ensayo,
y se te curvará la espalda
esperando el gran estreno
que constantemente se aplaza.
No hay rosa sin espinas,
pero hay espinas sin rosa.
Diviértete con las vecinas,
folla en verso y folla en prosa:
si el placer trae dolor,
también nos distrae del miedo.
No eres más que una cañería
que transforma carne y pescado
y legumbres en un amasijo
mientras te llega el turno
de ser mierda tú también.
Y si te parece quimérico
poder caer más bajo,
siempre existe una cloaca
que te espía con mirada feroz
y con las fauces abiertas.
No hay rosa sin espinas,
pero hay espinas sin rosa.
Te recetan aspirinas
para el cáncer
y aún tienes que estar contento
si puedes ir tirando.
Sabes que Adonis tiene halitosis
y que Saturno es un anciano.
Has visto a Baco cirrótico,
a Zeus muerto de sobredosis
y a Afrodita en un burdel.
Pero en tu isla desierta,
envuelto en hollín y humo,
tú mismo te haces la oferta
de dejar abierta una puerta
por si alguien inventase la luz.
Tal vez aciertes, tal vez no...
De hecho, nada más
puedes hacer mientras declinas
contemplando el vuelo de una alondra,
hasta que un hilo de sangre
caiga desinteresadamente
y una rosa sin espinas,
fecundada entre las ruinas,
cuartee el barro.
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