Atravieso el lindar,
apago la noche.
Más allá de la niebla,
nace el ruido.
Hago de tripas corazón,
me levanto de un salto,
-huyo del puerto
horizontal.
Miro mi cama:
no he dormido solo.
Hay un pequeño bulto
bajo la sábana .
No sé su nombre
ni dónde la encontré
ni mucho menos
cómo me he portado con ella.
Tiene la nariz apretada
contra la almohada
(debe ser fastidioso
dormir así).
Quisiera recordar
su rostro
Pero no hay
nada que hacer.
¿Qué le he prometido?
¿Cómo la he engañado?
¿Qué rollo encendido
le habré explicado
hace unas horas, hasta
separar los dos
pechos de los mezquinos
sostenes?
Cada mañana
busco perplejo
rastros de ayer,
frágiles relámpagos...
Cuando, bajo el sol,
hierve la ciudad,
soy un búho
deslumbrado.
Me siento extraño
por un momento,
pero me meto en el baño
y me doy una ducha.
El agua disuelve
rápidamente
neuras, alcohol,
remordimientos.
Son ya las nueve?
Lo eran hace quince minutos.
¡Cagüendiez,
vuelvo a llegar tarde!
Si bailo el vals
con los tiburones,
un paso en falso
me puede arrastrar al fondo...
Ya vestido,
tomo un café.
De mi angustia,
nada queda.
Por el rabillo del ojo,
veo cómo se mueve,
debe girar la página
de un nuevo sueño.
No hablo con ella:
que le saque el jugo
al colchón
-yo ahora no puedo.
Cuando vuelva, ya
no la encontraré:
una canción
se va tal como ha venido.
Ya estoy en medio
de los problemas,
siento las frescas
salpicaduras del dinero.
Aprieto botones
y hablo a gritos,
tomo decisiones
y me pillo los dedos.
De repente,
a traición,
un pensamiento,
una obsesión:
“Si mañana la
veo por la calle,
ya no la
reconoceré.”
Aprieto los dientes,
rompo en pedacitos
algunos documentos
-ya no sé cuáles-
y, en un momento,
como un loco,
me veo corriendo
por la ciudad.
Encuentro el portal,
subo los escalones.
En el Principal,
respiro hondo.
Gira la llave...
Si el piso está vacío,
¿vendrá a mi la paz
o la angustia?
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