Desayunas contento, hace sol.
Hoy verás a Consuelo.
Iréis juntos al teatro
y te la llevarás al catre.
De hoy no pasa: ya te has
gastado un huevo en cenas
y quieres verlo amortizado.
Lo has calculado todo a conciencia
pero no cuentas con el infarto
que sufrirás en quince minutos.
Solamente eres un cadáver de permiso.
De momento, te sientes feliz,
todo va bien. Sonríes tranquilo
y pendes de un hilo.
Todo pende de un hilo muy delgado
que nos obstinamos en no ver,
mientras vamos y venimos
sopesando deseo y deber.
Provisionales y precarios,
nos creemos eternos. Y, gregarios,
caemos al pozo, subimos a la cima,
saltamos del amor al crimen,
alzamos ciudades y las convertimos en ruinas
y, obcecados, ignoramos unas
tijeras que dentro de poco
harán que la pobre marioneta
enamorada de una estrella
se convierta en un triste montón de ropa.
Acabas de cumplir los diecinueve
y has ganado tu primer sueldo.
Eres una chica atractiva
y te sabes joven, alegre y viva.
Tienes proyectos y amor,
y también un tumor
que crece dentro de ti desde ayer.
¡Quién lo hubiera dicho!
Una tarde en el hospital,
una revisión banal
y el diagnóstico será
inapelable y tardío:
no verás el próximo abril
y pendes de un hilo.
Eres un dictador maduro
y mantienes el Estado
en tu puño de hierro
desde hace 40 años, si no me equivoco.
No te planteas ningún porqué
y, borracho de poder,
piensas vivir eternamente.
Pero en este mismo instante
alguien prepara la bomba
que mañana acabará contigo
cuando explote de repente
al paso de tu comitiva.
Babeas de orgullo senil
y pendes de un hilo.
Y tú, fiel amante
que mañana abandonarán.
Y tú, hábil carterista
cuya pista siguen ya.
Y tú, artista adulado
que pronto caerá en el olvido.
Y tú, experto economista
a punto de verse en la calle.
Y tú, político trepador
a quién crucificarán los votos.
Y tú, que me dices “Hasta pronto”
antes de ser atropellado...
Tú y yo, aquel otro y todos
no nos damos cuenta de cómo
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