Abro un hoyo con las manos y dejo en la tierra
mi voz herida, voz de simiente y de clavo.
Quiero que sólo las flores se declaren la guerra
y que en lechos de hierba yazca dormida la paz.
El viento graba en las rocas parajes astrales.
¡Ayudadnos con corazón y alma, multitudes cereales!
País Alto, hago un ramo de retama y otras plantas,
que ato con la canción metálica de los gallos.
Vuela a ras de hierba el labio de la guadaña,
se esparcen las trenzas de los constantes badenes.
Las montañas extienden sus blancos velos nupciales.
Han sido enterrados los viejos bastones pastorales.
Ayer atravesé los reinos boscosos
y la fraternidad de piedras y puentes,
y me besó en la boca la sonrisa de Setúria,
mientras pasaban por el cielo las carretas de los truenos.
Bebo lentamente los silencios de las leyendas de las cimas
y me explico la huída de los osos boreales.
País Alto, alguien borra tu cara agraria,
donde desierta la lana y agonizan los trigos.
Yo sé de una montaña con corazón de hoguera
y una falda donde pastorean los resistentes rebaños.
Todas tus cimas escuchan los nocturnos litorales
y en mi corazón suenan tambores con guirnaldas.
¡No os pesa el firmamento, montañas, oh montañas
que no me cabéis en los ojos por un exceso de cimas!
¡Gigantescas y mudas, oh, sencillas y extrañas,
ponedme en la frente las manos con anillos de lloviznas!.
Desde mi lugar secreto, entre abruptos peñascos,
lleno de misterio mis cántaros de ocaso.
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.