Anna duerme a mi lado.
Yo tengo el costado lancinado.
Duerme, Anna, hierro y bondad.
Alguien, en un momento beato,
creyó bien creado el mundo.
Anna duerme, castillo escarchado.
¿Sabes, Anna? El gallo ha cantado
y de noche nada ha pasado
excepto lo mucho que he pensado,
fuese cierto o inventado.
¿Sabes, Anna? El gallo ha cantado
y no te has dado cuenta
desde tu sueño anclado.
Anna duerme a mi lado.
Yo tengo el costado lancinado.
¿Sabes, Anna? El gallo ha cantado.
Duerme, mi Anna, duerme con la cabeza mansa
como acatando la noche.
Reina de la paz, que en trajín y en bonanza
Gobiernas con un dedo.
Desde mi desconsuelo, digo las epifanías:
primero surge de tu frente
nuestro sol naciente, el astro de nuestros días,
corona, vuelo y mundo.
Surge después la luna, luna de noviazgos
que entró a casa en Roissy
y fue el testigo de los primeros abordajes
de tu desnudo y el mío.
De tu mano derecha se alza, amor, el ave ígnea
que aleja todos los hielos
y se te enrosca en la sombra, como si fuese una insignia,
la larga serpiente de estrellas.
Non-non, Anna, non-non –digo con voz de lana.
El gallo canta otra vez.
Ning-nong, amor, ning-nang –digo con voz de campana
tatuada por el rocío.
Non-non, Anna, non-non -digo con voz de pistilo.
Ning-nong, Anna, ning-nang –digo, necesitado de asilo.
Quería decir en voz baja tu alta alabanza
y casi deslindo el canto que no descansa.
Pero te he llamado amor. Y es todo, es todo, es todo.
Desde la espera, pregunto: ¿Haremos florecer el sollozo?
Anna duerme a mi lado.
Yo tengo el costado lancinado.
Duerme, Anna, hierro y bondad.
¿Sabes, Anna? El gallo ha cantado
y alguna cosa ha pasado.
Anna ¿qué tienes en la mirada?
Mira, la veleta ha girado.
¡Vienen jinetes de claridades!
El gallo canta para los dos.
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