Olga ya es historia antigua.
¿Era en el culo o en un pecho,
donde tenia aquel lunar,
estrella negra de blancas noches?
No recuerdo si Carla
me envió a hacer puñetas, o si fui yo
quien un día la dejó
por Irene o por Roser.
Por mucho que me esfuerce,
no consigo recordar
la sonrisa de Carme,
y su cuerpo no lo tengo muy claro.
Pero recuerdo muy bien aquella noche de verano:
sus colores no se pueden apagar con lejía.
Yo tenía quince años, seguro que ella también.
Hablando de tonterías, íbamos por las calles
cuando, sin previo aviso, me cogió de la mano.
Entonces, de repente, el mundo se detuvo.
Aquel momento lo tengo grabado en mi disco duro
y nunca lo podrá borrar nada ni nadie.
¿Era rubia, era pelirroja
o morena, una tal Rut?
¿Fue Mercè, la loca
que me puso un ojo morado?
¿Cómo se llamaba, aquella tonta
con nariz de gavilán
que, en pleno orgasmo, recitaba
Carles Riba y Verdaguer?
He olvidado si María
estaba encima o debajo
cada vez que me exprimía
hasta dejarme medio difunto.
Pero recuerdo muy bien un atardecer de otoño
del año setenta y cinco, cuando reventó el cabrón.
Yo tenía dieciséis años acabados de estrenar.
Llovía, y entonces ella me miró
y acercó sus labios a los míos lentamente
y sentí de repente un brutal electrochoc.
Aquel momento lo tengo grabado en mi disco duro
y nunca lo podrá borrar nada ni nadie.
La perseguía hacía un siglo...
Cuando por fin la tengo en la cama,
va y me dice que tiene la regla.
¿Era Alba o Judit?
¿Y era Imma o tal vez Clea,
la que pasaba de condones
y me contagió una gonorrea
que me caducaron los cojones?
El tiempo todo lo difumina:
actualmente, ya no puedo
recordar cuál es la sardina
que se ablandaba en cada jugo.
Pero recuerdo muy bien aquel invierno, el hotel
de poca monta, la cama colgando del séptimo cielo.
Yo tenía diecisiete, ella tal vez diecinueve
y veía en mi a un pollito recién salido del cascarón.
Fue mi maestra, y me examiné
cagado de miedo, con un párkinson precoz en cada mano.
Aquel momento lo tengo grabado en mi disco duro
y nunca lo podrá borrar nada ni nadie.
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