Llueve sobre Europa, no se trata de un chubasco
grávido de truenos y relámpagos. Nunca hay
nada estridente en este apagado vaivén
de líquido frío, y viscoso, y malsano.
Es una llovizna triste, constante, la saliva
chorreando del labio caído del cretino,
que poco a poco se filtra, y llega
hasta el tuétano y se niega a salir.
Llueve sobre Europa. Hay reptiles que escupen
veneno hacia los estorninos desde el barro.
Crecen las zarzas, viejos jardines son ocupados
por flores enfermizas, alimentadas de sangre.
El asfalto humea, como si un ácido
corrompiera los músculos y los nervios del suelo.
Las grandes ciudades tienen un acuerdo tácito
con la oscuridad, y se esparce un aullido
por toda Europa: los lobos invaden
Londres, Berlín, Barcelona, París.
Los unos se esconden, los otros huyen. Resisten
pocos: el coraje es un vaso quebradizo.
Y de la niebla surgen fantasmas:
seres humanos reducidos a esqueletos
y trenes de noche y de angustia, y miasmas
exhaladas por fosas comunes. Escalofríos
de lluvia en Europa. El tiempo se congeló
antes de ayer, y ahora desea retroceder.
Se convierte en tragedia la farsa
y, en la pizarra, una mano invisible
ha borrado palabras que hablaban de vida,
ha desmenuzado la última tiza de colores.
No ríe nadie, en esta aula húmeda
llena de niños gobernados por el miedo.
Llueve sobre Europa. Intentas no pensar en ello.
Cierras la puerta y de olvidas de todo.
El agua, sin embargo, es un tozudo adversario:
pronto tendrás los pies hundidos en el lodo.
¿Ves cómo luchan las hormigas en vano?
Las arrastra una corriente demasiado fuerte.
Llueve sobre Europa. En los charcos, las pisadas
proyectan salpicaduras, salpicaduras de muerte.
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