Mi billete es sólo de ida,
no veo escrito en él mi destino.
Tampoco ningún dato
sobre la duración
que debe tener este trayecto.
En cada escala, el equipaje
se vuelve más y más ligero.
Palabra tras imagen,
pierdo el bagaje
que tardé tantos años en hacer.
Quiero quedarme, quiero estar aquí,
pero estoy escapando de mi...
Me busco y me encuentro a pedazos.
El oleaje deshace el castillo
de arena de mi cerebro.
Tengo un extraño en la piel
que va creciendo muy poco a poco,
que va usurpando mi lugar,
que va apoderándose de mis huesos,
y no puedo mover ni un dedo
para detener el maldito
viaje al fondo del olvido.
Al pronunciar cada palabra
puedo sentir su gusto en la boca:
tren y tormenta,
mar y retama,
y muchacha y sangre... y encuentro injusto
saber que para mi, tarde o temprano,
perderán su significado.
Estaré cerca
de todo, pero fuera
de todo, eterno exiliado.
No me entra en la cabeza, no puede ser,
y sin embargo sé muy bien
que el mundo desea abandonarme;
la flor no será una flor,
será un misterio, un “eso”,
y un nombre no será más que un sonido.
¿Será suave la pendiente
o abrupta? ¿Llegará un momento
en que me vea empuñando un arma,
o esperaré acurrucado
a que acabe este maldito
viaje al fondo del olvido?
Tengo delante de mi tu sonrisa,
me cojo a ella como a un clavo ardiente.
Una vez viví
despierto y libre
a tu lado, lo tengo presente.
Sales en una fotografía,
me puedo decir dónde y cuándo la tomé,
pero algún día
todo huirá...
Te miraré y no te reconoceré.
Aún puedo pronunciar tu nombre
pero mañana, no sé cómo,
no lo hallaré en la frontera de mis labios.
Un viento cruel, demasiado fuerte,
me arrancará todo recuerdo,
me convertiré en un árbol muerto.
Entonces, poco me importará,
pero ahora que puedo aún rebelarme
pregunto: ¿qué dios, qué sabio
querrá escuchar mi grito
y detener este maldito
viaje al fondo del olvido?
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