En la piel, de chocolate sin leche,
lleva el Caribe; lleva la sal y la ola.
Su rostro oscuro es como firmamento
con dos estrellas: sus ojos brillan como astros.
Lleva, dentro de sí, el bolero caribeño;
lleva la rumba, el calipso y la salsa;
lleva en la sangre aquella brisa tropical,
hace baile el caminar y danza el sonreír.
Lo vemos negro, sí,
Pero no es tan negro como nosotros.
Pues, si acaso fuera él café,
¿qué seríamos nosotros sino borra?
Marro, marro, marroncito
es un marrón, es un marrón, enmarronarse
por un color, por un olor, por un sabor,
que no son suyos sino el don de otro.
Marro, marro, marroncito.
Esta aquí, lejos de su mar, lejos de su cielo,
vendiendo quincalla tecnológica en las Ramblas;
gana poco, pero su sonrisa es nieve
que no se funde nunca, ni pasando sed o hambre.
Habla poco, dice cuatro palabras, no sabe más,
pero se hace entender con su gesto, moviendo la cara,
y es feliz porque ha encontrado alguien con quien
hacer, de vez en cuando, batido de nata y chocolate.
Lo vemos negro, sí,
pero no es tan negro como nosotros,
pues, si acaso fuera él café
¿qué seríamos nosotros sino borra?
Marro, marro, marroncito
es un marrón, es un marrón, enmarronarse
por un color, por un olor, por un sabor,
que no son suyos sino el don de otro.
Marro, marro, marroncito.
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