Era entonces jardín, tiempos ha, esta Tierra,
que brillaba feliz bajo un sol de bondad;
un sol que ahuyentaba del alma la pena
que ilumina la vida en los campos y el mar.
Era ese jardín un bosque, una pradera,
donde un lecho de musgo era un lecho de amor,
desde donde se oían las olas y el viento,
y entre ramas nacía una bella una canción.
Era ese jardín, limpio como la mar,
tierra ardiente, o helada, nos daba la paz.
Nunca fue el Paraíso, mas supo crear
tantas flores sin nombre que curan del mal.
Era entonces jardín, años ha, esta Tierra,
en que un niño podía crecer sin pensar
que pudiera sufrir vejación o miseria,
o reproche por ser distinto a los demás.
¿Dónde está este jardín que jamás conocimos,
donde nunca pudimos nacer ni vivir?
¿Dónde quedó la casa de puertas abiertas
que yo busco y rebusco sin tregua ni fin?
(Traducción literal de la versión catalana de Marina Rossell)
Érase una vez un jardín llamado tierra
que brillaba al sol como fruta prohibida.
No, ni era el paraíso ni era el infierno,
ni nada que antes se hubiera visto u oído.
Érase una vez un jardín, una casa, unos árboles
con un lecho de musgo para hacer el amor
y un arroyo que fluía sin oleaje alguno
pasaba refrescándolo y seguía su curso.
Érase una vez un jardín grande como un valle
donde cualquiera se podía alimentar en todas las estaciones,
en la tierra ardiente o entre la hierba escarchada,
y descubrir flores que no tenían nombre.
Érase una vez un jardín llamado tierra,
era lo bastante grande para alojar miles de niños,
fue habitado antiguamente por nuestros abuelos
que a su vez lo habían heredado de los suyos.
¿Dónde está ese jardín donde hubiéramos podido nacer,
donde hubiéramos podido vivir despreocupados y desnudos?
¿Dónde está esa casa con las puertas abiertas
que busco todavía y no encuentro jamás?
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