El flamenquito perdió sus botas
cogiendo bocas por la bahía,
sobre una piedra dejó su ropa
y la marea la arrastraría.
Y su flamenca al verlo acercarse
tan descalcito como venía,
se preguntó: ¿Ahora cómo va a bailarme
cuando le cante por bulerías?
Pero el flamenco se clavó en el suelo
y sus brazos al vuelo como una paloma,
se alzaron al viento con un movimiento
igual que un lamento sin leyes ni idiomas.
Y dijo la flamenquita: ¡Toma que toma!
Podré vivir sin tus botas, sin techo y sin ropa,
sin pan y sin sopa, pero no sin tu persona.
El flamenquito rompió en sollozos,
tan lastimosos como rebeldes,
al ver que el mar, gigante y caprichoso,
lo que se traga no lo devuelve.
Y su flamenca, al verlo penando,
secó su llanto con su pañuelo
y con las palabrillas que fue juntando
a su flamenco le dio consuelo:
Sin ti la vida no tiene lunares,
mantón, ni corales, ni bata de cola,
sin ti de mi mundo no encuentro la llave
y mis tres verdades se me desmoronan.
Ni hay cante por alegrías. ¡Toma que toma!
Me voy contigo a donde me quieras llevar,
no importa el triunfo ni el fracaso,
aunque me lleve la corriente,
me voy debajo del puente de tus brazos.
Ni hay cante por alegrías. ¡Toma que toma!
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