Se encontraron en la playa
la imposible madrugada
sin testigos, sin oleaje, ni una luna de soñar;
él, descalzo y embriagado,
trovador rocanroleado,
daba tumbos por el tiempo
-por un tiempo que no está.
Ella había perdido el sueño
repitiéndose filmada
entre tragos y pastillas que la fama iba a pagar:
seductora, codiciada, diosa de luz se esfumó
desviviendo en las pantallas
que le robaron el nombre, huellas, amigos y dios.
Norma y Santiago
sin mañana, sin pasado,
sin perdón de inquisidores
temerosos de un destello de sinceridad.
Santiago y Norma
danza hereje de las sombras
como cuerpos que se queman
en un beso desmedido y saturado, sin final.
Ella apareció en la arena,
-oración arrodillada-
sollozándose los versos del alma que se le va;
él encendió su mirada
como un náufrago endiablado
poseído por la urgencia de cursarse, y de curar.
Con su patria, y con la humana,
aferrado a la guitarra
arrastraba a los fantasmas desterrados en la mar:
taciturno, despistado, tierno, zurdo, navegante
sin patrón y desafiante
rumbo a la estrella polar.
Norma y Santiago
sin mañana, sin pasado,
sin perdón de inquisidores
temerosos de un destello de sinceridad.
Santiago y Norma
danza hereje de las sombras
como cuerpos que se queman
en un beso desmedido y saturado, sin final.
Como cuerpos que se queman
donde al fin te salvaré,
me salvarás.
El cantautor y poeta extremeño Pablo Guerrero, autor de A cántaros, murió a los 78 años en Madrid tras una larga enfermedad; su obra unió canción, poesía y compromiso político durante más de medio siglo.
En un Palau Sant Jordi abarrotado, Joaquín Sabina se despidió de Barcelona con un concierto que fue al mismo tiempo un inventario de vida y un abrazo multitudinario a través de veintidós canciones que, tras más de medio siglo de carrera, ya no le pertenecen solo a él.