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Helena
Helena pincel de lo que hay que pintar
Helena cual canto jilguero del monte
Helena misterio en lo que hay por soñar
Helena ocaso de un último incienso
Helena de arena a orillas del mar
Helena efímera cual pensamiento
Helena la eterna razón de buscar.
Helena matices del alba a colores
Helena arco iris en mí al lloviznar
Helena la estrella fugaz de mi noche
Helena una historia sin tiempo final
Helena la voz que ha quebrado el silencio
Helena viajera de un mundo de sal
Helena en mis manos imprime su cuerpo
Helena no espera y se pone a volar.
Y vuela contigo este verso
lleva tus labios por besar
y espérame allí en tu universo
que algún día te pueda amar.
Helena quien tiene tu rumbo, tu nombre
Helena mujer que aún no supe encontrar
Helena cristal del destino y su cofre
Helena escondida canción por crear
Helena el sentido de un pacto secreto
Helena entre el viento y mi aliento al cantar
Helena abre un tajo en mi alma y deseos
Helena no espera y se pone a volar.
Uno de los principales motivos por los que desde hace ya años vengo amando la "canción de autor" en el sentido más amplio de ese género, y por los que me siento "enganchado" a ella, es por la capacidad que tiene para sorprenderme siempre, y cuando menos me lo espero.
Uno de los principales motivos por los que desde hace ya años vengo amando la "canción de autor" en el sentido más amplio de ese género, y por los que me siento "enganchado" a ella, es por la capacidad que tiene para sorprenderme siempre, y cuando menos me lo espero.
Era otro diciembre fresco en Miami, de esos que para nosotros merecen el atuendo invernal, a pesar de que no es más que un par de vientos rellenos de rayos ultravioletas que no separarían a un europeo o neoyorquino de nuestras playas. Es el frío para nosotros, y en una mañana de uno de esos diciembres, en un año bastante particular y sobre todo apocalíptico, empecé a escribir lo que la chispa de Una de romanos me puso entre los dedos. Ahora, cerca de cinco meses después, lo vuelvo a retomar.
Era otro diciembre fresco en Miami, de esos que para nosotros merecen el atuendo invernal, a pesar de que no es más que un par de vientos rellenos de rayos ultravioletas que no separarían a un europeo o neoyorquino de nuestras playas. Es el frío para nosotros, y en una mañana de uno de esos diciembres, en un año bastante particular y sobre todo apocalíptico, empecé a escribir lo que la chispa de Una de romanos me puso entre los dedos. Ahora, cerca de cinco meses después, lo vuelvo a retomar.
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