Una mujer pariendo II (gravidez)
Llegan a la choza de la mujer que está embarazada hasta los ojos, que respira fuerte y suda y puja.
Como pueden, la vieja partera y D'yeli-bé llevan a la mujer grávida hasta la orilla del río. Allí la mujer elige un lugar a la sombra de una ceiba, ata una cuerda a la rama más fuerte y cava un agujero que Na M'aa cubre con las hojas de un arbusto. La vieja partera ayuda a la mujer a acuclillarse sobre el agujero y no dice nada. Se va y deja allí a D'yeli-bé.
La mujer la ve alejarse. Se siente abandonada, se siente traicionada, quiere protestar pero no le dan los ánimos, no le alcanza el alma.
D'yeli-bé mira a la mujer. Siente su sufrimiento. Siente el peso que lleva en el vientre, la sangre que golpea como martillo, las entrañas que se desgarran.
La mujer, entre lágrimas, lo mira. Agarrada a la cuerda puja, grita, llora, tiembla, maldice, insulta.
D'yeli-bé, desarmado, impotente, decide cavar, también él, un agujero. También él respira fuerte, suda, puja... Y termina haciendo lo único que sabe hacer: allí, con voz muy suave comienza a contar una historia para aquel vientre, para aquella barriga templada, para aquella forma plena y redonda como luna llena, para aquella mujer que llora y grita y puja, para la criatura que teme el mundo y quiere seguir allí, "permaneciendo".