Los amantes invisibles
La edad implacable,
el tiempo que pasa,
todo lo vivido
convirtiéndose en humo.
Como los glaciares
el reloj avanza,
haciendo camino,
desgastando el orgullo.
Ellos que en un tiempo fueron reyes,
el centro del mundo,
el núcleo del bing bang…
Ellos que provocaban la fiebre
de un cuerpo desnudo
con tan solo mirar…
Los dos asustados
mudaban sus pieles
ante la presencia
indiferente de extraños.
Sus cuerpos se agrietan,
se hacen transparentes,
fruto de la inercia
que imponen los años.
Él era una forma sin contorno,
nadie lo miraba:
un mueble en el desván.
Ella era un fantasma algo borroso,
tan solo una brasa,
lluvia tras el cristal.
La luz
del atardecer llegó,
sutil,
para darme su calor.
Como el sol de invierno, me ilumina
mi amante invisible.
Los dos invisibles
hacen un esfuerzo,
lanzan sus bengalas,
sin ganas sonríen.
Sus miradas tristes
buscan el deseo
en otras miradas,
señal de que existen.
Pero la pintura que el olvido
puso con los años
no es fácil de quitar.
Con la obstinación de los vencidos
siguen empeñados
en salir de la oscuridad.
Pero una mañana
sucede algo extraño
y, como una brisa
de fin de verano,
algo invisible
le roza la mano.
Surge una sonrisa
visible en sus labios.
Y los invisibles se miraron,
radiantes y bellos,
dispuestos a empezar.
Y a su paso prestos se giraron
rostros indiscretos
al verlos brillar.
La luz
del atardecer llegó,
sutil,
para darme su calor.
Como el sol de invierno, me ilumina
mi amante invisible.