Libertad bajo fianza
Hoy le vi cara al pueblo.
Le estreché la mano,
reí con él, lloré con él.
¿Quién es el pueblo?
Preguntad a estos hombres,
que tengo frente a mí
y no preguntéis en voz baja.
Alzad la voz, mirad con orgullo;
os responderán valientemente.
He aquí a ciertos presos.
No temáis ni su arrogancia ni su humildad,
y la muerte que lleva cada uno
como un halcón sobre el hombro.
¿Quién es el pueblo?
Es la voz que se quiebra en un sollozo
y se afirma en un puño cerrado.
Es la mano que cae sangrando de la cruz
y recoge en el surco la esperanza.
Es el ojo estupefacto y triste que de pronto me mira
y saca a un héroe del barro.
Es un corazón de greda
y un ídolo de rojos geranios
que se echan a caminar por mi patria.
¿Quién es el pueblo?
Soy yo, facón de zapatero
que clavó una estrella contra la madrugada.
Soy yo, hoz iletrada que cortó de un golpe
la yugular de un latifundio.
El hombre que calentó el invierno en un tarro
y bebió la angustia con el hervor del vino, la naranja y la canela.
El hombre, tal como lo veo hoy,
de pie, anónimo, atento, exigiéndome la vida
porque la vida le quitaron
para hacerlo mi hermano.
¿Quién es el pueblo?
Es el mástil de Chile que navega en una botella.
Es la mujer que cruza los viejos muros de adobe,
el niño, la fruta, el cigarro y el álamo,
la tierra seca y la extensa helada,
el rancho abierto, la vaca, el cura y la campana,
el juez y la puñalada.
Allí está el pueblo frente a mí
en esta mañana de agosto,
y me pregunto: ¿Es que yo también soy pueblo?
¿Soy aquél que ellos desean y esperan?
¿Traigo acaso la palabra justa, o la palabra hombría,
la palabra honrada o la palabra dignidad?
Si traigo vanas abstracciones o elegantes amuletos
me quedaré solo entre los muros de esta cárcel.
Pero puede ser que traiga la vida que estos hombres olvidaron allá afuera.
Traigo muerte para el simulador,
vergüenza para el que destapó la vida como una botella
y se arrinconó a beber su propia conciencia.
A quien le duele la vida como una sarna
no puedo hablarle de lujosas plagas y pasárselas por vida.
A quien escupe el amor sobre una pared desnuda
no puedo fingirle amores entre colchas privilegiadas.
Ni puedo cantar la soledad a quien la tuvo entre las piernas
cinco años y un día.
Dejo pues la letra muerta y tomo mi vida para encuadernarla en llamas.
Mis nuevos compañeros llevan en los ojos
la madrugada del hijo pródigo.
Conversemos entonces en este gran día de los presos
y nuestra conversación sea sobre la libertad del hombre.
Nos entenderemos combatiendo, riendo, llorando, blasfemando.
Sé que escribo para el pueblo porque mi palabra ya se ha hecho hombre
y este hombre se siente para siempre libre.
Escribir para el pueblo es crecer
como un árbol de amplia copa,
envolver en raíces la tierra y el cielo,
poner sangre y luz en el corazón de esta cárcel.
Escribir para el pueblo es quedarse vibrando
como un álamo al amanecer,
ardiendo como un bosque en el sur de Chile,
entrando como una lenta marea a la vida.
Escribir para el pueblo es escribir con la mano que siembra,
que cosecha, que combate, que ama.
Escribir con la mano que hoy estrecha a la mía
con la sonrisa que me alienta
con el brazo compañero que se extiende sobre mis hombros.