A los diez años cumplidos
ya me ganaba la vida,
fumé mi primer cigarro,
tuve mi primera riña,
miré por la cerradura
a una prima celestial,
canté la internacional
con emoción y alegría,
y aprendí cuecas en Llay-Llay,
¿Se acuerda, doña María?
Antes de cumplir los doce
mis ahorritos tenía.
Compré calzoncillos nuevos
para el esperado día
en que el misterio mayor
se aclara en veinte segundos
con la morena del fundo
entre tomate y cebolla,
le dejé todo una joya
con todo el amor del mundo.
Todo pasaba en la calle,
nunca conocí el reloj,
la fiesta era despertarse,
salir a tomar el sol,
pedir pan o robar flores,
o andar colga’o en las micros,
o recogiendo colillas
que iban botando los ricos,
o cuando alguno decía
cañería de...
Que Juan se fue al seminario,
Alberto se hizo a la mar,
Margarita estudió leyes,
Pedro se fue a torrantear
otros murieron por bala,
Eugenio está en Canadá,
Carmencita tiene casa
con niñas para bailar,
hermanos, sueños de infancia,
nunca los voy a olvidar.
Qué será de esos amigos,
nunca más los volví a ver,
unos querían ser magos,
telegrafista o chofer.
Seguro que habrán cambiado
pero nunca en lo esencial,
yo tengo casi 50
y mi alma sigue igual,
porque el que nació derecho
nadie lo puede enchuecar.
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