Todo empezó cuando en el cine me senté con mi bolsa de palomitas
traía repletos los bolsillos de gomitas y lunetas, mi refresco, un helado y un hot-dog
me había metido con la mejor intención de ver un filme divertido,
la sala estaba llena y todos nos sentamos a un rato de sano humor.
Algo después del intermedio la película no era ni medio buena,
el cine entero se ocupaba en bostezar de aburrimiento y de calor.
Noté que un niño de adelante se comportaba de una forma incorrecta:
iba arrojando palomitas hacia atrás por donde me sentaba yo.
Yo aventuré el primer disparo sólo por probar la vieja puntería,
me hacía falta un poco de práctica y creo que a quien le pegué fue a su mama,
mujer de poca seriedad que respondió vengándose de la ofensiva
que luego de una breve ojeada comenzó a arrojar palomas hacia atrás.
Unos misiles esporádicos de aquí y otros de allá dieron la idea
que había un montón de gente armada que esperaba ver también algo de acción
y en la pantalla la película no daba para interesarse en ella
y una pistachazo entre los ojos siempre te anima a exigir satisfacción.
Un tipo que iba con su novia decidió ponerle un alto al tiroteo
y regañó a una jovencitas insultándolas y haciéndose notar
pero mi voz de entre el tumulto designándolo ordenó se abriera fuego,
fue fusilado varias veces y su nena y él tuvieron que escapar.
Después del incidente varios indecisos fueron por su propio parque,
otros lo recogían del piso para dispararle al público al azar,
mientras los bandos consiguieron agrupar los de atrás contra los de adelante
heridos y desinformados se animaron también a participar.
Herido por la espalda cuenta no me di que la película acababa,
me sorprendió la luz arrojando un certero cacahuate japonés,
ya iluminados nos sentimos algo incómodos de seguir la batalla
y a toda prisa me dirigí a la salida para no dejarme ver.
Y así salí apenado y con mi ancha sonrisa de la función de las seis.
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