Mamá Yoyó y las peripecias de don Trampolín
Dicen que sí, dicen que no:
que todo esto está subiendo,
que las cosas se están poniendo
color de hormiga brava,
que todo esto ya se acaba.
Ai, Mamá Yoyó.
Ai, ya se enteró.
Ai, Mamá Yoyó.
Ai, ya se enteró.
Ai, Mamá Yoyó.
Desde el monte hasta la playa
corre y grita un bembón:
"No me formen un rumbón".
Se trepó sobre un carruaje
y el pueblo le grita: "Ultraje".
Era un místel muy doloso,
era un viejo bien pomposo,
un mocoso alquimista
con cara de trapecista,
y se apodaba "Trampolín".
Trampolín era un viejo bien fogoso,
con un guille de ser bien sabroso.
Agarraba su campana,
trepa'o sobre una rama,
gritaba: "Tolón, tolón,
tengo un jamón,
una solución,
esto es un tostón,
un guame
a las quinientas mil potencias.
Aquí me he inventado yo
tremendo triqui".
El maldito Trampolín
ya daba la voz de alarma:
"Los guardianes a la carga
contra to'os los pesimistas,
laboristas, masoquistas..."
Y decía el Trampolín:
"Yo no soy ningún mono,
yo no uso un quimono,
que soy hombre de gobierno.
¡Socialistas al infierno!"
De repente, desde el horizonte
salió Juan Sin Miedo
que, perplejo ante el asunto
y transeúnte junto
a sus semejantes,
se enfrentó al Trampolín
y le dijo:
"Ignoto beoto,
arquitecto de la salsa sin cebolla
que metiste la olla en un roto,
te trepaste sobre una cima
a gritar 'tolón, tolón',
a ti, viejo lechón,
te vamos a acabar".
Y así elevó su cantar, je, je, je:
"El obrero está en la calle
con su último detalle,
juntando todas las fuerzas
en contra de la opresión.
Esta lucha se respeta:
¡viva la revolución!"