Señores de la guerra,
grandes maestros de la duda,
idólatras de una verdad absurda,
hijos de la perla oscura,
de la gran mentira,
monarcas de la ambición,
soy hijo de la historia,
la tuya, la tuya, la tuya
que es la ignominia.
Los pozos de petróleo,
los talleres de la infamia,
las minas de cobre y carbón,
manos para orfebres,
barcos para esclavos,
ríos y canales para la explotación,
escribas para cuentas,
cuentos que, escritos,
cobrarán olvido: tu condena.
Señores de la guerra,
invasores sin fronteras
que los pobres no podrán cruzar,
generales nacionales,
bárbaros del capital,
directores sin dirección,
comerciantes en pólvora,
estrategas de mercado,
grandes khanes de la tortura.
La guerra es el dominio,
la hombría hecha locura;
la guerra es la penetración:
abusa la inocencia,
sed de sangre, sin conciencia,
el control sin pedir perdón.
El sexo confundido
con la táctica perfecta
para la humillación.
Señores de la guerra
que abandonan sus soldados
al sadismo y a la morfina,
su dios es clandestino,
sordo, caprichoso y vano,
pero es actor de Hollywood.
Matan al que reza,
al que se opone;
matan a la madre tierra.
Napoleón,
Pinochet y Julio César,
Ricardo sin corazón de león,
antónimos anónimos,
hijos del gran raj,
Hitler, Pentágono, MacArthur y Patton,
su alcurnia y nobleza
son una mentira:
señores de la gran mierda.
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