Ikusten duzu goizean
¿La ves por la mañana, con las primeras luces, en una colina, una casita de fachada
reluciente, entre cuatro robles, con un perrito blanco en el portal y una fuentecilla al lado?
Allí vivo yo, tranquilamente.
Aunque no sea un palacio, amo mi casa natal, elegida por mis antepasados.
Fuera de casa me encuentro como si estuviese perdido.
Como allí soy nacido, allí dejaré este mundo si no pierdo el sentido.
Tengo en casa mis propias aguijadas, azadas, arados, yugos y correas.
Por el momento me sobra, por todas partes, grano del año pasado.
No moriremos de hambre, si éste produce igual.
Tres vacas pastan en el prado repletas de leche las ubres con sus terneras y novillos.
Hay dos bueyes de cara blancal lomo negro, con grandes cuernos, carneros, tiernos corderos,
cabras y ovejas; todos ellos son míos.
No hay en el mundo hombre alguno, ni príncipe ni rey, más feliz que yo.
Tengo una mujer, un hijo, una hija, por otra parte buena salud,
y además suficientes bienes. ¿Qué más puedo pedir?
Comienzo mi tarea por la mañana pero cuando llega la noche soy dueño de la mesa.
Cuando me casé con mi mujer me hice con una buena cristiana.
En días de abstinencia, no introducirá en el puchero hueso alguno de tocino, ni tan siquiera por descuido.
Piarres es mi hijo, muy espabilado para lo joven que es.
Muy temprano lleva ya el rebaño a los pastos. Si sigue mis pasos,
como parece que hará, no perderá la hacienda.
Mi hija Kattalin, a sus once años, se parece a su madre.
Tiene sus mismos ojos, parecen el fondo del cielo azul.
Creo que con el tiempo, por lo que veo, se convertirá en una buena mujer.
Al vivir sobradamente, no debemos en la tierra dejar hambriento al compañero.
La necesidad nunca llama a la puerta de nuestra casa, salvo en el caso
de que dispongamos un buen banquete y haya un sitio a nuestro lado.
Mi esposa María, es una hacendosa mujer, no demasiado corpulenta.
Con una sonrisa consigo en casa cuanto quiero.
Pido la gracia de acabar mi vida como la empecé.