La marcha nupcial
Hay bodas por amor y por dinero,
las he visto a cientos, tal vez a miles,
con novios de arrabal, con ricos prometidos,
notarios y barberos, mendigos y marqueses.
Aunque viviera tantos años como tiene el mundo,
nada me borraría el profundo recuerdo
de la pobre boda, cuando mi padre y mi madre
fueron a dar la cara ante el señor alcalde.
Fue en una vieja carreta, si hay que ser sinceros,
empujada y arrastrada por amigos y parientes,
que los viejos enamorados fueron a hacer la promesa
después de años de noviazgo, de amor y de ternura.
Se salía de lo corriente, el cortejo nupcial.
Todos nos observaban de una forma especial.
Nos espiaba gente de mirada fútil e innoble
que nunca había visto nada parecido en el pueblo.
Mirad cómo sopla el viento, llevándose los sombreros
-el sombrero de mi padre y los de los monaguillos-.
La lluvia va cayendo pesada, con parsimonia,
como si desease frenar aquella ceremonia.
Nunca podré olvidar a la novia en pleno llanto,
meciendo como una muñeca su ramo de flores.
Yo, para consolarla, con mi armónica imitaba
los himnos más altivos, y el sonido se alzaba y caía de nuevo.
Algunos mostraban un puño amenazador al cielo:
gritando “¡Por Júpiter, la boda seguirá!”
Con los hombres en contra, con los dioses contrariados,
la boda continúa, ¡y vivan los novios!
(1957)