Javier Krahe regresó un año más al BarnaSants
Hace muchos años que Javier Krahe sabe que no podía ser cabeza de león como su amigo Sabina. Demasiado brasseniano y alejado de los cánones comerciales que tanto ha cultivado el de Úbeda. Pero también sabe que está demasiado tocado por la mano de Dios —Dios mete la mano donde quiere— como para andar por la vida de vulgar ratón.
Y en eso decidió ser diente de ajo: para dar aroma en la cocina y picante en el gusto. Al fin y al cabo la temática de las canciones de Krahe no están tan alejadas de las de cualquier otro trovador, pongamos por ejemplo de Aute: Amor, muerte, sexo y Dios. Sólo que Javier les restriega por encima un diente de ajo.
De Krahe siempre ha dicho Sabina que es el mejor rimador. Y efectivamente es así pero no es sólo eso. Canciones como En la costa suiza, donde un pescador devuelve al mar el dinero que le sobra después de haber pasado el día para empezar de cero el siguiente; no sólo es rima: es ternura y, en consecuencia poesía.
Un año más Javier Krahe regresó al BarnaSants. Con un sonido impecable —como ya nos tiene acostumbrados Xavi Ferrer en la sala Luz de Gas— y gran profesionalidad pero no con demasiada motivación, Krahe desgranó un repertorio poco arriesgado de canciones más o menos conocidas como Paréntesis, Si lo llego a saber, Como Ulises, Diente de ajo, Conmigo y sin mí, La yeti, la citada En la costa suiza o la adaptación que hiciera para La Mandrágora del tema de Brassens La tormenta. Sólo un par de canciones nuevas en toda la noche: Vals del perdón dedicado a su esposa —a los amores maduros en general— y otra en la que, a pesar de haberlo advertido previamente, cometió demasiados olvidos en la letra como para presentarla en público.
En resumen: no fue el mejor Krahe, pero no hay Krahe malo.
Para el año que viene a ver si es verdad que el ajo repite.
![]() © Xavier Pintanel
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