Ocho Y Medio
Y vino un pájaro a posarse en mi ventana. Tenía una ala rota y su plumaje era gris y azul. Y al acercar mi mano y comprobar que no echaba a volar supe de inmediato que lo enviabas tú. Lo tomé entre mis garras y lo dejé morir, y cuando lo hizo aún llovía aquí. Y la sangre al gotear entre zarpas de animal presagió mi suerte, como una ave que voló de Madrid hacia Gijón aun herida de muerte, reescribiendo la espiral de prometer hacerlo bien, cometer un nuevo error, no saber pedir perdón o pedirlo demasiadas veces. Y aunque ahora escupo una oración helado de terror ningún dios responde aún. ¿Soy yo el que no ve o es que todavía no se hizo la luz? Seré muy breve; te extraño, y esto duele.
Y trato de encontrar una salida pero no recuerdo ni por dónde hemos entrado aquí. Y contemplo junto a mí el cadáver del que fui ?según tú- en una ocasión, y es la mancha de humedad la de la herida mortal impregnada en el colchón, y ahora que te oigo llorar en lugar de ir hacia ti me vuelvo a anestesiar y me limito a subir el volumen del televisor, o me concentro en recordar, para no pensar en ti, que tendría que llamar y que alguien venga a reparar la gotera de una puta vez, que ya cansé de recoger litros de agua gris, gris como un metal que un día relució y hoy lo cubre suciedad. ¿Qué se hace para amar lo que quise despreciar ya una y mil veces? Seré muy breve; te he perdido, y esto duele.