Hecatombe
En la plaza de la Cebada
a propósito de unos puerros
varias docenas de muchachas
se tiraban de los cabellos.
En tropel doblando una esquina
al galope y sin mediación
irrumpieron los policías
para detener la función.
Sin embargo, en todos los fueros
hay un uso muy arraigado
para cascar a los maderos
nos ponemos del mismo lado.
Aquellas Furias iracundas
embistieron al pelotón
y les metieron una tunda,
sin mesura ni parangón.
Cuando vi que de los guripas
no iban a dejar ni la osambre
les sugerí que aquellas tripas
servirían para fiambres.
Desde mi ventana y a gritos
animé a las Arpías a
completar el gendarmicidio
jaleando: ¡Hip, hip, hurrá!
Rauda una de ellas agarra al
capitán de caballería,
le hace gritar: ¡Muerte a los fachas,
no a la ley, viva la anarquía!
Otra trinca de la maraña
la cabeza de un botarate
la mete en sus gigantes nalgas
y las cierra como alicates.
La más gorda de aquellas damas
aflojando su gran corpiño
empieza a dar golpes de mamas
a los que cruzan su camino.
Caen y caen y caen los hombres
y según uno con memoria
al parecer esa hecatombe
fue la más bella de la historia.
Decidiendo que sus rivales
van servidos ya de mamporros
las Furias como último ultraje
vuelven a por sus ajos porros.
Esas Furias incluso creo,
aunque suene algo radical,
les hubiesen cortado aquello
por fortuna no tienen tal,
les hubiesen cortado aquello
por fortuna no tienen tal.
Autor(es): Georges Brassens