Con la lluvia por sombrero


El verano ya es un vejestorio
incapaz de sacarle el jugo
a las escasas
horas contadas
de que aún dispone
para estar en la calle
Repleto de achaques y dolor,
no planta cara al otoño:
una muchacha (1)
pelirroja y alocada,
que hace perder la cabeza
y desnuda
sin piedad a todos los árboles;
y, con las hojas
reducidas a la esclavitud,
realiza con altivez
una gran alfombra dorada.
Y el cielo cambia el decorado
porque un nuevo acto ha empezado.
Los vientres grises del mal tiempo
dejan caer el agua para el bautizo
del tiempo que avanza
hacia la estancia
donde ya el verano
se escapa del nido.

Con la lluvia por sombrero
se pasea un fuego fatuo
por los recodos y senderos
de mi cerebro, repleto de lunas y caracoles.
Con la lluvia por sombrero,
tengo la cabeza plagada de setas
y el cabello, en un arrebato,
se me ha vuelto de oro viejo.


Dicen que el barrio antiguo, cuando llueve,
cambia tanto que parece nuevo.
Yo siento cómo vive
en medio de una sonrisa
alegre y triste
como nunca había visto
La lluvia va bailando claqué
por los tejados y en la calle,
y hace más ruido
que el producido en un burdel sin madame
cuando en él se estrenan
una docena
de curas desesperados.
Y las ventanas,
empañándose con torpeza,
difuminan
-para que no los vean los curiosos-
los juegos de los enamorados.
Cuando la llovizna marca el compás
es cuando mejor se está en la cama,
pero yo me encuentro muy contento
paseando solo, siempre que el viento
juega a Grappelli
para un Gene Kelly
nacido del chubasco juguetón.

Hay quien pone cara de difunto
cuando el cielo gris le escupe encima :
anhela un clima
donde ninguna rima
tenga tropiezos
ni versos blancos.
Pero a mi la lluvia no me asusta,
pues sé que el agua de otoño
tiene la manía
de ahogar con alegría
el malparidismo
y el cretinismo
de los títeres pendencieros.
y, ya puestos,
convertirá en mierda oxidada
los cuarteles, armatostes,
armas, cascos y galones.
Tal vez pido demasiado, es cierto,
pero la lluvia es una experta:
si no nos cambia
el mundo en un día,
nos devuelve el sol
como consuelo.

Poco a poco, mi sombrero
se vuelve más delgado y estrecho
Y, al quedar al descubierto,
el fuego fatuo se escapa por el primer agujero disponible.
Corre, vuela, y me abandona
montado en el gregal
que, con paso vigoroso,
cuartea en siete colores
un techo de color gris.



(1) En catalán, otoño (tardor) es femenino.
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