Retazos de vida
y la infancia pasa
antes de darte cuenta.
Y vi alzar el vuelo a un tal Carrero Blanco,
y cuando la palmó Franco
era un adolescente.
Empecé a hacer canciones, no sé cómo ni por qué,
haciendo de las palabras una vela, y de la música la mecha.
Nutrido con lo mejor, me fui volviendo exigente
-un cordon bleu, en el Mac Donald's no encuentra el mejor alimento.
Y, deseando dirigirme tanto al corazón como al cerebro,
subí a un escenario cuando todavía era un cachorro.
Jugando con las palabras, las notas y la rima,
practiqué la esgrima
con la voz como estoque.
Quizás ya esté todo dicho, pero busco la manera
de encender la hoguera
con mi propio fuego.
Un cantante suele tener un ego no apto para un monasterio:
si no aprendes a controlarlo, se hincha como un zeppelín.
En un corral con poco grano y demasiados gallos, demasiadas gallinas,
he visto dar picotazos, puñaladas asesinas,
y he conocido a grandes artistas que eran muy buena gente
pero también a algún mediocre tan cretino como prepotente.
Me ha atraído siempre el humor, que cabrea a los fanáticos,
a los fascistas y a los dogmáticos.
Rechazo todo tabú,
y nunca he predicado soluciones colectivas:
no pongo lavativas
mentales a nadie.
He vivido tardes lluviosas y mañanas soleadas,
he caminado sobre rosas y cuchillos afilados.
Sedentario en el fondo del alma, no he parado de viajar.
Si nunca he sabido venderme, tampoco me he dejado comprar.
Me han ignorado, insultado y, peor aún, adulado.
Me han hecho más de una zancadilla, me he caído y me he levantado.
Me he sabido siempre solo, pese a la compañía,
y no he pasado un día
sin pensar en la muerte:
saberte condenado te obliga a no dormirte,
tener lista siempre la herramienta
y huir del confort.
He escrito teatro y artículos, y novelas y guiones,
crucigramas y otras cosas, pero sobre todo canciones.
He nutrido siempre mis dudas con las ganancias y los desengaños,
he aprendido a abrir muchas puertas a pesar del óxido de los años,
y aquí estoy, blandiendo todavía lo inútil y lo esencial:
la ironía, la belleza, una sonrisa fraternal.
No soy un anciano, ni lo que podríamos decir joven.
Si el paso del tiempo me ablanda,
todavía echo el resto,
y mientras tenga empuje, y mientras tenga ideas,
haré crecer mareas
de sonidos y de palabras.
Hay gente que todavía me pregunta «¿Qué haces, aparte de cantar?»
o lo tan típico y tópico: «¿Por qué escribes en catalán?»
Ya no respondo a los idiotas: el tiempo que me resta es contado
y, antes de que caiga el telón, quiero haberlo aprovechado.
Tengo aún mucho que escribir, mucho que decir, mucho que leer,
quiero que todavía me seduzcan y, a ser posible, seducir.
Cuando me vaya, os dejaré alguna melodía,
y unos versos para el camino.
En fin, nada importante...
Algunos retazos de vida, unas simples huellas
que el viento y las olas
irán borrando.
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