Décimas (65): A l’otra noche, sin ganas


A l’otra noche, sin ganas,
vuelvo al bar que trabajaba.
Cuarenta pesos ganaba
por una larga semana.
Me dice la Berta ufana:
«Qué señorita que sois.
Los cabros que viste hoy
y otros en esta cantina
saben más que la Carlina
y hasta más qu’el Ñato Eloy».

Siete años tal criatura,
menos de cinco la chica,
y ya es una bacinica
revolcada en la basura.
Es una infamia muy dura,
no se salva ni el mocoso,
el dolor es aprobioso;
perdimos ya la partí’a,
porque justicia en la vi’a
no existe pa’ los rotosos.

Sacando el aliento fuerte,
muy suavemente al mayor
le dije: «Mira el dolor
que me da tu triste suerte.
Más bien me venga la muerte
que seguir viendo este ejemplo.
De qué nos sirven los templos,
de qué el sol y el aire puro,
cuando el sol tuyo es oscuro
y vai caminando a tiento.

Ya que andái en la calle,
a qué sacái tu hermanita;
no vis que la pobrecita
puede ahogars’ en estos mares».
«Señorit’, hágale un pare.
Usté’ sí qu’es pobrecita.
Mi hermana es bien mujercita
y por esto no se asombre.
¿Qué le van’ hacer los hombres
que no le haga Margarita?».

Mientras pasan tales cosas
funciona la bolsa negra;
se contonea la suegra
posible de Rubirosa.
El gentil lleva en carroza
de lujo a sus bellos muertos,
y el pobre pájaro suelto
se pudr’ en el conventillo.
Necesito un lazarillo
que me alumbre este tormento.
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