La princesa y el musicastro


Hace mucho tiempo, este jardín ufano
era un lodazal maloliente y asqueroso
plagado de barracas y de basura,
ratas, piojos, mosquitos y escarabajos.
Y los pocos humanos que vivían cubiertos por todo ello
eran la crème de la crème de aquellos días.

Eran la crème, la más selecta élite
de los marginados, de los hijos bastardos de la noche,
cubiertos de sarna y de jugo de garrapata,:
viejos borrachos y mendigos llagados,
y también un cierto musicastro hambriento,
un náufrago agarrado a una guitarra

Adoptada por aquella gente enternecida,
una brillante hada había florecido
en medio de tota aquella bajeza.
Como la encontraron al lado de una charca,
abandonada en una cuna lujosa,
por si acaso todos la llamaban “princesa”.

Pero un atardecer de marzo, sin manías,
la muchacha se sienta en las rodillas huesudas
del musicastro y, luciendo dos rosas
en las mejillas, suspira: “Tal vez
sabes que te amo y que, si quieres, me puedes
besar en los labios y hacerme otras cosas.”

“No te embales, princesa, por favor,
no soy ni un sátiro ni un bobo:
tu tienes trece años, yo treinta bien sonados.
¡Gran diferencia! Y me sería penoso
dormir en el suelo húmedo de un triste calabozo.”
“¡Pero yo nunca diré una palabra!”

“No insitas más” –dijo él, molesto-
“No eres mi tipo, y estoy cautivado
por una mujer como es debido, no una mocosa”
Entonces Princesa se marchó llorando,
desconsolada por el desprecio cruel
con que su oferta fue recibida.

No hubo, pues, perversión de menores...
El musicastro, por la mañana, se largó
en la carreta de un pobre trapero
sin despedirse de nadie, y al volver
a pasar por allí unos veinte años después,
siente que aquel día no estuvo nada acertado..
Versión de Georges Brassens
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Esta canción aparece en la discografía de
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