Violeta Parra: 38 años echándola de menos
Quizás pocos recuerden o sepan que en julio de 1966, Violeta Parra visitó Magallanes. Vino como parte del programa “Chile ríe y canta”, de René Largo Farías, acompañada por Patricio Manns, Voces Andinas, Pedro Messone, Cantares de Chile, Sergio Sauvalle y el primer conjunto pascuense que llegaba a la ciudad (así lo precisa El Magallanes del 21 de julio de 1966).
Distintos testimonios y documentos (entre los primeros, el del locutor Daniel Ruiz, y entre los segundos, los de la Prensa Austral y El Magallanes), señalan que fue una visita feliz para Violeta. Entregó su arte con las altas cotas de calidad que acostumbraba y recibió un cariño, para ella, inesperado. Este alegre tránsito por nuestras tierras contrasta con los meses siguientes, sellados con el disparo suicida del 5 de febrero de 1967. Se cumplen 38 años y podemos examinar qué ha sucedido desde entonces.
El cancionero magallánico ha ocupado de a poco el vacío que ella diagnosticara: “No comprendo por qué, con esta hermosa y terrible experiencia que es la vida de Uds., no tienen canciones propias, no cantan, no cuentan con sus guitarras.” (Declaración reproducida en “Violeta Parra: La guitarra indócil”, de P. Manns, Ed. LAR, Concepción, 1987, p. 105).
Por otra parte, la presencia de Violeta en la prensa y en la crítica académica tiene grados de visibilidad diversos, pero indiscutibles. Y nos referimos a estos ámbitos, pues en la memoria y estima colectivas, ella siempre ha tenido un lugar y así lo demuestran las líneas de su nombre en calles y poblaciones, la interpretación de sus canciones por músicos ambulantes, la vigencia entera de su queja y de su canto.La prensa chilena de vez en cuando nos recuerda dónde nació, qué hizo, cómo y cuando murió, en crónicas y semblanzas asentadas, más bien, en el lugar común. A éstas se suman los libros de carácter biográfico (existen al menos cuatro).La crítica académica, en particular la literaria y musicológica, ha acumulado a lo largo de los años un corpus crítico no menor. Desde las tempranas y certeras palabras de José María Arguedas (Rev. de Educación n. 13, 1968) a las recientes de Leonidas Morales (“Violeta Parra: la última canción”, Ed. Cuarto Propio, 2003), pasando por los aportes de José Ricardo Morales, Gina Cánepa-Hurtado, Marjorie Agosin, Inés Dölz-Blackburn, Juan Armando Epple, Fidel Sepúlveda, etc., la obra de Violeta Parra ha sido constantemente estudiada según renovados puntos de vista. La reconsideración de los límites del canon, el desarrollo de algunos géneros referenciales (carta, autobiografía, ensayo), de las teorías feministas y de género han perfilado el marco teórico de los últimos estudios parrianos. (La productividad de los estudios culturales, post-coloniales y post-estructuralistas aún está en potencia.) Lo que en otro tiempo se hubiese visto sólo como documento (las cartas de amor de Violeta a Gilbert Favre, por ejemplo), ahora podemos analizarlo y observar ahí las singularidades de la construcción discursiva de Violeta.En el título de esta página usamos la palabra “ausencia”; tal vez nos equivocamos. Violeta sigue siendo un tema, un motivo. Si bien nos ha faltado su sonrisa, su carácter, la novela que no escribió, sus pies hilando un baile, nunca nos ha faltado su canto y su compañía. Un canto que sigue desplegándose sin necesidad de televisiones, publicidades ni oscuros representantes. Un canto que mientras más negado es, con mayor fuerza golpea el aire.
PS: Columna publicada hace un par de años en el diario de Punta Arenas, Chile, La Prensa Austral.
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