Nuevo espectáculo
Silvia Pérez Cruz y Rocío Molina unen voz y baile en el espectáculo «Grito pelao»
La cantante Silvia Pérez Cruz y la bailaora Rocío Molina, Premio Nacional de Danza, unen sus talentos en una nueva gira que llevará por título Grito pelao y que subirá a ambas artistas a varios escenarios de Francia y España a partir de este fin de semana.
La cantante Silvia Pérez Cruz y la bailaora Rocío Molina, Premio Nacional de Danza, unen sus talentos en una nueva gira que llevará por título Grito pelao y que subirá a ambas artistas a varios escenarios de Francia y España a partir de este fin de semana.
«Grito pelao» de Silvia Pérez Cruz y Rocío Molina.
Grito pelao nos sumerge en el deseo personal de Rocío Molina de tener un hijo y a la vez en un entramado de relaciones que nos proponen una reflexión sobre la maternidad. Tres mujeres para un viaje hacia la luz: Lola Cruz, Rocío Molina Cruz y Sílvia Pérez Cruz. Lola es la madre de Rocío, Silvia es madre y Rocío lo desea ser.
Lo que encontrará el espectador en Grito Pelao es el alumbramiento fruto de la entrega y la valentía del que desaprende, del que se deconstruye. Se hallará ante una escena abierta en canal, hilada a baba de fémina, a grito fundido, a bastonazo ciego. Molina y Pérez Cruz, atadas a una complicidad que parece atávica, instintiva, han decidido desprenderse de sus seguridades y adentrarse en un espacio desconocido y que las atrae irremediablemente.
Así, nos encontramos ante una Molina que transforma su cuerpo, su manera de bailar, buscando desde la quietud, desde la espera, desde la escucha. Y en ese viaje la sigue ciega, generosa, entregada, Pérez Cruz, buscando con ella, apuntándola, apoyándola, incidiendo y, al final, también inmersa en ese espacio poderoso de escucha y deseo creado por ambas y donde se permiten perderse.
Rocío Molina (Málaga, 1984) ha desarrollado siempre un flamenco personal, comprometido y visceral. Así lo demuestran coreografías superlativas de su catálogo como Afectos, Cuando las piedras vuelan o Bosque ardora, pero nunca antes había diluido las fronteras entre arte y vida como en Grito pelao.
Rocío Molina baila esta vez para expresar una necesidad imperiosa, la de ser madre, y reflexiona sobre lo que ello significa entroncando con el dilema que para tantos artistas supone la maternidad. No baila sola. Ha invitado a su madre, Lola Cruz, que la acompaña en el escenario en lo que supone una confrontación directa con sus deseos, su papel de hija y su necesidad de procrear.
Su amiga, la cantante Sílvia Pérez Cruz, que a su vez es también madre, es el tercer vértice de este escénico triángulo femenino y generacional, en el que el público es invitado a entrar en la órbita más íntima de esta artista excepcional.
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