Epílogo del hombre
Cuando el oído ensordece
no atiende a gritos ni ruegos,
desde las líneas del frente
los dos bandos abren fuego.
Se lanzan muerte y metales,
hierven la tierra y la savia,
todas las rabias del mundo
son una única rabia.
Déspotas llaman tiranos
a dictadores vecinos,
que un asesino no yerre
no le quita de asesino.
Hay multitudes de agravios
y un solo ángel custodio,
todos los odios del mundo
son, en verdad, el mismo odio.
Huye el futuro del hombre
como animal espantado,
mientras los cuerpos se enfundan
atavíos de soldado.
Cuántos fusiles en celo,
cuánta metralla exaltada,
todas las armas del mundo
son, en verdad, una quijada.
Buscan los miembros febriles
sus mitades amputadas
y un desfile de muñones
solivianta las miradas.
Qué hacemos pues con los muertos,
qué hacemos con los heridos,
se oye un quejido en el mundo
que son todos los quejidos.
Tristes las almas transitan
la avenida del destierro,
patio sin muro ni alambres,
cárcel sin celdas ni hierro.
No hay canción que drene el pozo
del exilio y sus quebrantos,
todos los llantos del mundo
suenan como un mismo llanto.
Los que luchan se atrincheran
con su rifle y sus certezas,
la dulzura de los hombres,
que era piel, hoy es corteza.
El tiempo corre y su sangre
por los taludes se abisma
todas las guerras del mundo
son en el fondo la misma.
Autor(es): Marc García Arnau