El Nuevo Mundo
–largo gigante secreto–
y un cielo claro de aurora
velaba el verde misterio.
Luego los hombres de cobre
en el fondo de los tiempos
se repartieron la vida
e inventaron los senderos.
Mujer mía, americana:
quiero contarte y no puedo.
Se me nubla la palabra
con un dolor que ya es viejo.
Ni tú ni yo éramos ojos
ni éramos manos ni besos
cuando en América ardían
las razas del sufrimiento.
Dulce fue este Nuevo Mundo:
¡dulce quiero tenerlo!
Dueño de la selva pura,
antes del barco y del hierro,
el indio labrando piedras
alzó su casa y su templo.
Fecundó la tierra oscura
y allí brilló el trigo espeso.
Viento de mar le condujo
entre velas y maderos.
Dulce fue este Nuevo Mundo:
¡dulce quiero tenerlo!
Pero lo dulce, amor mío,
de ese pasado ahora ha muerto
como si al jarro de arcilla
lo hubiera voltea’o el viento.
¡Quiero flechas fulminantes!
¡Quiero el arco duro y tenso!
¡Voy a cazar en las sierras
la libertad de mi pueblo!
Dulce fue este Nuevo Mundo:
¡dulce quiero tenerlo!
(1965)
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