Canción de las cuatro canciones


Al toparme con un ruiseñor que iba a Francia,
ya pasada la frontera del Portús,
sentí un escalofrío
y le dije, con cara de bobo:
“Ruiseñor, sé un buen muchacho y encomiéndame
a mi madre, que ahora vive allá donde tú vas.
No tiene pérdida: fabrica alpargatas de cáñamo
justo al lado del Centro Pompidou.”
Él me mira altivo y me dice: “Andouille!
Comment oses-tu me parler ce patois?
Si jamais on se revoit, gare à tes couilles:
j’ai le bec dur et pointu et j’plaisante pas!” (2)
Dicho esto, hace un vuelo rasante y con puntería
deja caer sobre mi cabeza (y llega a buen puerto)
un excremento chovinista que hedía
como un litro de chanel al roquefort.

¿Qué se hizo de los ruiseñores
de nuestros abuelos,
que al trinar fundían las penas
-según los sabios-?
Si el tiempo nos niega todo perdón,
que nos deje al menos la canción.


Cuando Amelia yacía gravemente enferma
entre damas, sirvientes y nobles,
y con las rosas de la fiebre en las mejillas,
me acerqué a ella para oír su testamento:
“Tres castillos tengo en Francia, todos en venta,
y me he deshecho de las joyas del condado
para pagar a mis acreedores y a Hacienda,
y lo que no he vendido lo tengo hipotecado.
Como las pobres sabemos irnos solas
y de mí nadie sacará ni un céntimo,
ya os podéis ir, carroñeros, a hacer puñetas,
y el último que apague la luz, por favor.
Y vos, madre, a mi marido -que tanto os flipa-
ya os lo podéis quedar por siempre en vuestro lecho.
Como muero sifilítica pero ahíta,
os aseguro que os lo paso bien servido.”

¿Qué se hizo de los testamentos
de nuestros abuelos,
que hacían felices a los buenos herederos
-según los sabios-?
Si el tiempo nos niega todo perdón,
que nos deje al menos la canción.


“Adiós, clavel moreno”, es la melodía
que él cantaba arrastrado por dos guardias civiles.
Yo me dije: “Los bandoleros son gente honrada
que habría que vacunar contra los bacilos.”
Y me acerco con un garrote, inocentemente,
hasta llegar cerca de los repelentes piojos verdes.
Con decisión les hago saltar el tricornio
y les aplasto los cerebros inexistentes.

“Puedes irte -le digo-, eres libre.” Pero enmudezco
al sentir el beso helado de una pistola en la nariz
y al oír la voz del ladronzuelo: “ No me quejo
por lo que has hecho y te agradezco lo que harás.”
Me trincó un buen reloj, la cartera,
la camisa y un diente de oro, y se largó
dejándome en un margen de la carretera
atado y amordazado como a un cretino

¿Qué se hizo de los bandoleros
de nuestros abuelos,
que no robaban por dinero
-según los sabios-?
Si el tiempo nos niega todo perdón,
que nos deje al menos la canción.


Y me hice encarcelar al pasar por Lleida,
y me encerraron junto con otros veintidós,
convencido de que una Odisea, una Eneida,
me llamaba desde el lóbrego calabozo.
Yo que invento y dicto una canción inspirada
y arranco a declamarla a pleno pulmón
esperando que la princesa enamorada
venga a ver quién es su dulce trovador.

Pero la que llega, fea, sucia, desgreñada,
es la obesa hija del carcelero
chillando: “¡Ya me jodiste la siesta!”
y esgrimiendo una navaja de afeitar.
Ahora me dicen que el patíbulo está preparado
y que es todo mío el honor de pasar el primero
para ayudar a nacer con mis últimas sacudidas
a la mandrágora que otros probarán.

¿Qué se hizo de las prisiones
de nuestros abuelos,
llenas de intrigas y pasiones
-según los sabios-?
Si el tiempo nos niega todo perdón,
que nos deje al menos la canción.



(1) Deformación irónica (a la manera de Brassens en La route aux 4 chansons) de los personajes de cuatro canciones populares catalanas.
(2): En francés, en el original: “¡Capullo! ¿Cómo te atreves a hablarme en esta jerga? Como te vuelva a encontrar, cuidado con tus cojones: tengo el pico duro y puntiagudo y no bromeo.”

Versión de Miquel Pujadó
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Texto inspirado libremente en “La route aux quatre chansons”, de Georges Brassens. (1)

Esta canción aparece en la discografía de
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