El diablo, si existiese
criminalizando al crítico y al rebelde.
Si no lo pueden destruir, se burlan de él
y le lanzan excrementos, escupitajos, sangre y hiel.
Pero en realidad le tienen pánico, y su costumbre
es intentarlo contagiar, hasta que el rebaño
confunda el lobo con un pastor y se sienta ávido
de engrasar el sistema que lo esclaviza.
Y tal vez sea éste precisamente el caso
de la relación entre Dios y Satanás...
El Diablo, si existiese, no exhibiría
rabo, cuernos, ni pezuñas de macho cabrío.
No olería a azufre, y seguro que no reiría
como un monstruo de una película de miedo.
Sería un hombre –o una mujer- de mirada encendida,
elegante pero discreto, muy atractivo,
educado y con la sonrisa empapada de la tristeza
de aquel que sabe mucho más de lo que dice.
El Diablo es aquello a lo que algunos humanos
aspiramos a ser cuando nos hagamos mayores.
Que el vencedor escribe la historia no es un tópico,
y es fácil hacer astillas del ángel caído.
Los que te hacen ver pingüinos en el Trópico
también saben venderte el Mal bajo disfraces de Virtud.
Ellos inventan dogmas, fes, la intolerancia,
los infiernos y todo tipo de tormento,
y los alientan y hacen crecer con la ignorancia
y con la triste cobardía de la gente,
teniendo siempre a mano brujas, judíos
o demonios que puedan hacer arder en nombre de sus dioses.
El Diablo, si existiese, se compadecería
del destino del Universo y de sus hijos.
Intentaría ayudarlos y tendría la obsesión
de decir NO, a pesar de amenazas y peligros.
Qué lástima que, existiendo, también haría
Que existiera un dictador omnipotente,
creador de cloacas donde la noche no es seguida por el día
y donde el deseo siempre avanza a contracorriente.
El Diablo es aquello a lo que algunos humanos
aspiramos a ser cuando nos hagamos mayores.
Sin Dios, sin Diablo, una existencia,
una breve chispa entre dos oscuridades,
solamente se puede dignificar con la resistencia
radical contra la muerte, la estupidez y el dolor.
Pero si cualquier poder tiene bastante cinismo
para creerse más o menos divinizado
alguien deberá alzarse desde el fondo del abismo
y lanzar al fango su estéril vanidad.
De hecho, cada persona es el embrión
de un Diablo que solamente pide alzar el vuelo.
El Diablo, si existiese, sería un residuo
solitario, solidario y fraternal,
de una edad de oro soñada, donde brillaba el individuo
con el amor y la belleza como Grial.
Cualquiera podría ser el Diablo, y tu también
podrías serlo si aceptases pagar el precio
de abrir el corazón a la revuelta, que es la marca de los Mesías,
unos Mesías sin cruz ni espinas.
El Diablo es aquello a lo que algunos humanos
aspiramos a ser cuando nos hagamos mayores.
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