Recuerdos divergentes


- La conocí en una velada
con mucha clase, una noche de verano,
una gran fiesta sofisticada
donde yo lucía mi atractivo.
La seduje con una conversación
llena de ingenio y humor elegante
sobre Aristóteles, el Imperio Persa,
los Monty Python, Tintín y el Tirant. (*)

- Fue en la Fiesta Mayor de Gracia
donde conocí a aquel elemento.
Bailaba con técnica gallinácea,
olía a whisky del malo
y resultaban más que patéticos
sus esfuerzos por parecer ocurrente.
Seamos honestos: era antiestético,
echando a viejo e iba caliente.


- Nos dejamos llevar por la danza,
olvidándonos del día siguiente,
y, en medio de un vals y un escalofrío,
nuestros labios se encontraron.
- Cuando me hizo la gran morreada
fue como si besara un sapo,
pero yo iba muy colocada
y me dije: «¡Venga! Un polvo es un polvo.»


- La llevé a un hotel muy selecto
de la parte alta, un sitio exquisito.
- De hecho, fue un hostal bastante infecto,
«La chinche alegre», o «El piojo vivaracho».

- Y, cómo quería darle muestras
de mi estilo, de mi pedigrí,
pedí champán y unas ostras.
- ¡Unos bocadillos y una botella de vino!

- La desnudé con delicadeza
acariciando cada fragmento de piel
con unos dedos sabios, llenos de ternura,
como quien acaricia un frágil pájaro.
- ¡De un tirón, con alevosía,
me rasgó las bragas, señores!
Pero le hizo falta una tutoría
para desabrocharme el sujetador.


- Voluptuosa y con entusiasmo,
subió hasta el séptimo cielo.
Y pegó un chillido, un grito en pleno orgasmo
que despertó a todo el hotel.
- Al séptimo cielo no llegué nunca.
¡Del entresuelo no había pasado
cuando grité porque aquel perdulario
se había equivocado de orificio!


- Le demostré que la experiencia
hace que un amante mejore con la edad.
- Y yo me cargué de paciencia
porque tenía el motor oxidado.

- ¡Aquello fue Sodoma y Gomorra!
¡Vaya pasión! ¡Cómo nos amamos!
- En menos de veinte segundos se corrió
y ya no se le volvió a levantar.


- Pasó el tiempo y vino el amanecer.
También el momento de decirnos adiós.
Ella lloraba desconsolada...
Soy un Don Juan, pero me supo mal.
- ¡Por fin, por fin se hizo de día!
Vi que habían puesto las calles
y lloré, pero de alegría,
pensando: «¡Qué bien, ya no lo volveré a ver!»


- Si el cielo es azul, si la hierba es tan verde,
nuestro amor fue de oro y plata.
- Más bien de color de mierda,
de gato en la noche, de un gris deprimente.

- Enraíza en mí el recuerdo como la acacia.
- Yo quiero deshacerme de él, pero no podré.
- Y para mi gozo...
- Para mi desgracia...
- fue una noche
- que no olvidaré.

(*) Referencia a la novela caballeresca de Joanot Martorell Tirant lo blanc.


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