Sisa o la nomenclatura del mundo
Concierto: Sisa. BarnaSants
Lugar: Centre Cultural Barradas
Fecha: 10 de febrero de 2008
Un grupo de señoras mayores se agolpaba en la venta de las entradas desesperadamente. Una de ellas, entre tanto agite, cayó al suelo. Unos hombres la ayudaron a levantarse. Intuí por este episodio, que este evento era deseado y esperado con furor. Busqué mi entrada y al abrir la puerta de la sala oscura Sisa estaba ya en el escenario. Yo no conocía su música, aunque alguna referencia sí tenía. Lo cierto es que me preparaba para percibirlo por primera vez. Y ahí estaba él, sostenido por el fondo negro, de camisa roja, con una corbatita brillante, el pelo rizado a los costados, y una reluciente guitarra
negra de la cual salían melodías con cierto melancólico desgarramiento. Su pie llevaba el ritmo y su voz, a manera de susurro, nos empezaba a contar el relato de un niño y su universo cotidiano.
Los cuentos, canciones que configuran el concierto, son fragmentos de un todo, de una misma historia. Es un viaje de exploración en el cual el cantautor traduce el mundo al interpretar los estadios de la vida y sus transiciones, sus cambios – de la niñez a la adultez, por ejemplo-. Escuchamos, ahora, la historia de unos niños en su barrio, donde hay una montaña, un puerto, una fábrica de botones. Nos dibuja a algunos personajes que habitan espacios de la ciudad, esas calles "on tot ets permets". Conocemos a Alfonso, por ejemplo, el zapatero amable de Mallorca que tiene una tortuga, y a Mari, una peluquera de estilo extremado, descritos con la mirada lúdica del niño.
Avanzan los minutos en tanto Sisa se detiene a conversar con la memoria, a rasguñar el aire con su voz, con sus sonidos entrecortados y juguetones. Estos niños crecen y Sisa nos enumera en su hablar íntimo lo que empieza a aparecer en ellos: la inconsciencia, el deseo, las lecturas, vivencias inéditas. "Aquello que puede sentirse", nos dice. Y es que precisamente el hilo conductor que teje estas narraciones es en la desnudez del sentimiento, la noción de un cuerpo con sus sentidos abiertos, el pensamiento que interpreta la realidad y el paso del tiempo.
Algo que permanece en mi entusiasmo al recordar aquella noche es la genial habilidad de acercarnos a la sencillez. Es un retorno al sentir humano. Un develar los relatos vitales de la existencia desde el humor, la sorpresa narrativa, la palabra precisa, certera. Entre una pieza y la siguiente Sisa explica la creación de la canción siguiente, y aquí apunto que ese mismo inciso forma parte del tema musical: más que una acotación, se volvía parte indispensable del conjunto, del momento previo al nacimiento del tema. La noche seguía y el público parecía experimentar una soltura gradual que le hacía sacar una carcajada visceral, aplaudir en los pasajes que han atesorado en el imaginario personal y colectivo, moverse en su silla. El aire estaba atravesado por una ternura contagiosa.
Musicalmente la sensación que tengo impregnada es de sorpresa. La canción se concibe en relieves, no es llana, predecible. Todo lo contrario, es un tapiz de tiempos inesperados, pequeños asombros en los que el relato modula, cambia de ritmo, de estado anímico, de atmósfera evocativa.
Volvamos al niño que crece y va a la ciudad. Sisa, en su épica personal y urbana, nos nombra y señala las cosas que en su alrededor existen: buses, coches, cafés, teatros, restaurantes, cabarets. Su barrio se encuentra limitado por un río que es la avenida Paralel, el barrio chino, el puerto y la montaña. Hago un paréntesis para comentar que la sonoridad de su voz -de juglar experto- se expresa con todos los matices posibles, acompañado de una gestualidad justa, teatral. Es como si cada canción se estuviera creando en ese mismo momento mientras la escuchamos, y en ese proceso cabe cualquier espontaneidad, azar, imprevistos. La canción se hace al tocarla. Sus crónicas contienen, además y a la vez, la armonía y la disonancia del sonido, el desparpajo que se derrama y la sabia contención del sentimiento, la certeza y la contradicción: "todo es posible porque nada está claro". Más adelante también nos decía: "la realidad y la irrealidad no son contradictorias".
Sigue la historia y el niño que ya es un hombre se compra una guitarra y compone canciones. Y es entonces cuando conocemos las ideas e intensiones de donde salen ciertas piezas. El joven músico quería hacer una canción que le gustase a todos, que tratase de un asunto universal, compartir las cosas de la vida. Sisa construye un divertido monólogo pensando a ver qué cosa podía ser. A la final se decide por una fiesta. Momento en el que el público canta junto a Sisa aquellas palabras conocidas del coro. La ficción se intensifica al fundirse con la emoción.
Al despedirse de su público, Sisa reaparece, creo que toca otras dos, anunciando que debe irse, que es el momento, que nos vemos en otra ocasión, amigos, parodiando magistralmente la clásica despedida nostálgica y reforzando un humor siempre actual e irónico. Sisa, luego de unos minutos haciendo música, guitarra en mano y con algunas onomatopeyas, desaparece del escenario y deja una estela de vida sobre nosotros, que empezamos a irnos lentamente, con una sonrisa en los labios.
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