Festival Barnasants 2010

Javier Ruibal, uno de los grandes

por Miquel Martínez Herrero el 15/02/2010 

Puede variar el repertorio, la instrumentación, el color de los temas, el escenario… Pero en el fondo, cada concierto de Javier Ruibal constata algo que muchos ya sabemos: que el cantautor gaditano es uno de los grandes.

La Sala Luz de Gas de Barcelona estaba llena a rebosar. Javier Ruibal apareció solo, sin artificios, sin maquillajes pretenciosos, sin adornos superfluos. Simplemente, el artista y su guitarra. La preciosa y delicada Para llevarte a vivir puso el punto de partida a un recital donde convergieron las pinceladas arábigas, los matices rumberos, las reminiscencias flamencas y los toques rockeros.

Quizás el ron con Coca-Cola que pidió y nadie le llevó le hubiera calentado el espíritu y, ya puestos, las manos, que acusaron el frío en los primeros temas. Podéis encender la calefacción, y me lo descontáis del sueldo?, bromeaba Ruibal entre tema y tema. Y tras encender los motores él sólo, con aplomo y maestría, invitó al escenario a dos músicos acompañantes: su hijo Javi, a la batería, y José Recacha, un guitarrista que, pese a su juventud, dio muestras de una enorme brillantez técnica y estilística.

Ya en formato trío, el concierto rozó la excelencia. Ruibal padre regaló al público un mesurado y elegante entusiasmo que se contagiaba, mientras hacía una gran exhibición vocal. Sus incursiones por registros agudos no hicieron mella en absoluto en su potencia y afinación, al contrario, dieron más brillo a su interpretación. Por su parte, Ruibal hijo ponía el pulso y los latidos, con unos arreglos muy bien diseñados, que en general respetaron el tono de las canciones. Y es que en una música como la de Javier Ruibal, envuelta en un halo de sutileza y poético erotismo, todos los instrumentos tienen que ir en esa dirección. Es por eso que la interpretación de Ruibal hijo, tocando mayoritariamente los platos, y siempre con escobillas, fue de agradecer, aumentando las pulsaciones de los temas y contribuyendo por momentos a crear el clímax de intensidad buscado.

Capítulo aparte merece José Recacha, el guitarrista solista que completaba el trío. Combinando guitarra española y eléctrica, el joven músico aportó una de las poquísimas cosas que se pudiera considerar que le faltan a Ruibal padre: virtuosismo con las seis cuerdas. Sentado a un lado del escenario, no parecía buscar protagonismo, pero quisiera o no, lo tuvo en algunos momentos, sin duda. El guitarrista combinó un brillante despliegue técnico con una interpretación llena de sentimiento. Sus ojos cerrados y su expresión facial, que en algunos momentos parecía casi de dolor, eran sinceros y evidenciaban la pasión con la que el músico tocaba. Otra gran virtud de Recacha fue su camaleónica maleabilidad: sonó flamenco cuando así lo exigía el guión, dio consistencia a la onda rumbera de algunas canciones, y se le vio en su salsa con la eléctrica en los pasajes más rockeros, emulando por momentos el estilo de Carlos Santana.

En lo que se aleja de lo puramente musical, cabe destacar la gran noticia que Javier Ruibal regaló al auditorio: la reedición de su disco Pensión Triana este 2010, con ilustraciones del pintaor Santos de Veracruz. Por cierto, el ilustrador, junto con uno de los músicos con los que ha trabajado, Muchachito Bombo Infierno, eran algunas de las caras célebres ayer entre el público.

Musicalmente, el trío sonó compacto y fluido. Ruibal cantó al amor y a la sensualidad, con omnipresencia de esos conceptos que abundan en sus letras, como Luna, besos o boca. Música con aire del sur y poesía lorquiana y erótica. Pero, si algo brilla con luz propia en Javier Ruibal y su obra, es su sencillez, su aspecto cercano, sincero y sentido. Se trata de uno de aquellos maestros que no necesitan ningún aspaviento. Sin querer demostrar nada y sin más pretensión que disfrutar y hacer disfrutar, Ruibal puso de pie la Sala Luz de Gas en una excelente actuación. Sin duda, uno de los grandes.

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