Latidos y «sentireflexiones» a la salida de un concierto de Alejandro Filio
Alejandro Filio
El cantar de Filio es bello y sensible cuando se refiere apasionadamente al amor —y a su amor—, y, lo es también, cuando realiza su exaltación a palabras y a necesidades irrenunciables como la libertad, lajusticia, la razón utópica, la esperanza o la solidaridad.
Seis de diciembre de 2008, nueve y media de la noche, Alejandro Filio cantaba en la Sala Galileo, de Madrid.
Últimamente salgo muy poco por las noches. Sólo lo hago cuando necesito encontrarme con algún amigo, o amiga, del alma; o cuando mi cuerpo me reclama asistir a algún concierto muy especial, y yo —que en estos últimos tiempos procuro mimarlo todo lo que puedo— no sé cómo negárselo. Esto fue lo que me ocurrió el pasado seis de diciembre.
Tenía muchísimas ganas de escuchar a Alejandro Filio en directo y aquella era la primera oportunidad que se me presentaba para hacerlo.
Me abrigué todo lo que pude y me encaminé hacia el Galileo.
Cuando llegué, la sala estaba abarrotada. Me senté donde pude y, mientras esperaba a que se iniciara la actuación, pensé que, muy posiblemente, me volvería a pasar lo que me viene ocurriendo, hace ya un tiempo, con bastante frecuencia: pasado un rato me sentiría cansado, empezaría a aburrirme y tomaría la decisión de largarme discretamente a mi casa a mitad del concierto. Situación que se me plantea, sobre todo, a partir del día en que descubrí que —en esto de la canción y del arte, en general— sólo me interesa, y tiene calidad, lo que consigue conmoverme y emocionarme. Conclusión que puede parecer demasiado simplista, pero que es en la que creo, y a la que he llegado tras muchos años —más de cuarenta— de escuchar miles de canciones y de escribir páginas y páginas sobre ellas.
¡Pero no! ¡no fue así! ¡ni me cansé, ni me aburrí, ni sentí la necesidad de largarme del concierto!...¡Todo lo contrario!
La actuación se inició a las diez y eran las doce de la noche pasadas, y allí estaba yo, disfrutando, aplaudiendo y pidiendo “otra” a coro con el resto de los asistentes, es decir, entusiasmado y como en los mejores tiempos. Alejandro Filio —músico extraorinario—, con su guitarra, su voz y sus canciones —no le hizo falta más—, había conseguido emocionarme.
Hace tiempo que no había percibido tanta humanidad, tanta calidad y tanta sinceridad sobre un escenario.
Alejandro Filio es la más pura esencia de ese género, al que hemos dado en llamar la “canción de autor”; es un creador y un intérprete —de sus propias creaciones—, que sabe navegar, del romanticismo a la denuncia y a la “contestación” —siempre necesarias—, sin apartarse en ningún momento —ni un segundo— de lo que es la esencia del arte: la sensibilidad y la belleza.
El cantar de Filio es bello y sensible cuando se refiere apasionadamente al amor —y a su amor—, y, lo es también, cuando realiza su exaltación a palabras y a necesidades irrenunciables como la libertad, la justicia, la razón utópica, la esperanza o la solidaridad; palabras y necesidades preñadas de una belleza sutil pero, a la vez, inconmensurable, que solamente pueden ser captadas y transmitidas desde la honestidad y desde la más profunda humanidad; cualidades que, para mí, definen el trabajo de este artista mexicano-universal que un buen día, a finales de 2008, inesperada y felizmente, consiguió emocionarme.
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