VII Simposio sobre Patrimonio Inmaterial
Pablo Guerrero, el poeta y pintor que se quedó en músico
De Miguel Hernández aprendió "la fuerza de sus palabras", de García Lorca su "capacidad táctil y sensorial" y de Pedro Salinas su talento "para escribir sobre el amor", manifestó esta semana en Tiedra (Valladolid) el cantautor Pablo Guerrero, un aprendiz de poeta y pintor que se quedó en músico.
De Miguel Hernández aprendió "la fuerza de sus palabras", de García Lorca su "capacidad táctil y sensorial" y de Pedro Salinas su talento "para escribir sobre el amor", manifestó esta semana en Tiedra (Valladolid) el cantautor Pablo Guerrero, un aprendiz de poeta y pintor que se quedó en músico.
Pablo Guerrero
© Enrique Cidoncha
EFE - "Mi primera vocación fue la pintura que, de alguna forma, guarda relación con la música y la literatura. Me gusta pensar con imágenes, soy contemplativo. Es como un libro con páginas donde se puede ver", ha afirmado esta mañana el cantautor extremeño, de 64 años, durante su participación en el VII Simposio sobre Patrimonio Inmaterial que ha organizado la Fundación Joaquín Díaz.
De aquellas primeras influencias estéticas y culturales le ha sobrevivido la poesía, pero no estrictamente asociada a su labor musical, ya que nunca ha cantado versos como los de Miguel Hernández "que se dice por ahí, en Internet; estuve muy cerca porque me lo propusieron, pero al final no tenía material para seis o siete canciones", ha aclarado.
La lírica ocupa en su quehacer creativo un lugar independiente que abrió con Canciones y poemas (1989) y que hasta la fecha ha fraguado en poemarios como Tiempo que espera (2002), Los rastros esparcidos (2003), Viviendo siglos (2006) y Escrito en piedra (2007).
"La poesía y la música van necesariamente unidas", ha reconocido Pablo Guerrero acerca de una obra conjunta cuyo origen ha situado durante su infancia en Esparragosa de los Lares (Badajoz), donde nació el 18 de octubre de 1946 y aprendió de su abuelo el gusto y el interés por los romances de tradición oral.
Fue ahí donde el futuro compositor perdió "un poco el miedo a las letras que resultaran un poco poéticas" y que caracterizaron sus primeros discos, desde aquel sencillo titulado Amapolas y espigas con que triunfó en el Festival de Benidorm en 1969 como mejor letra del certamen y el segundo puesto como intérprete.
Después de estudiar Bachillerato en Badajoz y Magisterio en Sigüenza (Guadalajara) donde por primera vez vio la nieve, recaló en Madrid a finales de los años sesenta para asistir a las "primeras bofetadas" propinadas contra la "cultura anodina del último Franquismo" en forma de cantautores y canción de protesta.
"Tuve la fortuna de vivir una época casi medieval plagada de costumbres y ritos mágicos que se rompió radicalmente con la llegada de la televisión al cambiar las costumbres y modos de vida", ha lamentado el autor de discos como A cántaros (1972), Porque amamos el fuego (1976), A tapar la calle (1978), Alas, alas (1995) y su reciente Luz de tierra (2009).
Su infancia extremeña en Esparragosa de los Lares, en una tierra limítrofe con las provincias de Ciudad Real y de Córdoba, le sirvió para asimilar mestizajes ajenos a los bordes territoriales y que a lo largo de su obra ha cristalizado, simbólicamente, en ritmos étnicos, de jazz, flamenco e incluso sones electrónicos.
"Las fronteras separan pero también unen, en el arte, la música, la canción y la poesía popular", ha reflexionado Guerrero durante una entrevista pública a la que ha sido sometido por parte de los musicólogos e intérpretes Joaquín Díaz y Luis Delgado.
El VII Simposio sobre Patrimonio Inmaterial, con el lema "La voz y el mensaje", ha sido organizado por la Fundación Joaquín Díaz, dedicada al estudio y difusión de la cultura tradicional en sus manifestaciones y vertientes.
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