«Ni toda la tierra entera será un poco de mi tierra»
Cuando se escucha cantar por primera vez a Isabel Parra, ocurre algo que no es muy común: desde los primeros versos sentimos que nos espera algo distinto. Esta mujer que canta con voz de mujer (y aquí no es una redundancia) nos descubre algo hermoso que llega con su voz. Ahí está la ternura, la tristeza, el amor y la verdad. Todo está en la voz de Isabel, porque Isabel es la Voz.
Isabel empezó a cantar a la zaga de su madre, la genial Violeta Parra, desde muy pequeña. Después descubrió que podía volar sola, fue en París. También fue allí que formó dúo con su hermano Ángel. Luego regresó a Chile donde montó, siempre con Ángel, la mítica Peña de los Parra. Serían tiempos de creatividad: sus primeras composiciones, sus primeros discos y el reconocimiento del público.
Pero también era tiempo de compromiso, y fue a la arena. Su voz, junto a la de tantos compañeros, cantó para Salvador Allende, y ganaron, y siguió cantando para el Compañero Presidente.
Tres años después se fraguó la tragedia. Los militares golpean Chile, muere su Presidente, asesinan a su entrañable Víctor Jara y su hermano Ángel es recluido en un campo de concentración. Isabel se tiene que refugiar en la embajada de Venezuela.
Después de peregrinar de país en país, otra vez París. Catorce años de exilio dieron mucho dolor, y muchas canciones. Lo más trágico del exilio está en sus canciones y en el sentimiento de su voz. Pero este sentimiento trágico se transforma cuanto más doloroso en más combativo; cuanto más intimo en más colectivo, porque en su voz se reflejan tantos exilios.
Cuando la esclerosis de la dictadura se hizo más patente y se vislumbraba la esperanza de un pronto retorno a Chile, Isabel se fue a Argentina a esperar. 1987 vio regresar a Isabel a un Chile tan ansiado como cambiado. Sin lugar a dudas esta es la mayor perversión del exilio, el robarte el país por dos veces. Por eso muchos ya no regresaron. Por eso regresó Isabel, para hacer lo que no quiso dejar de hacer nunca: cantar entre su gente.
Escuchar a Isabel es todo un placer, pero es también algo más: es escuchar a Chile, su tragedia, su esperanza y su alegría. Su canto es un libro que se lee en su voz profunda y hermosa; porque Isabel Parra es, aunque no sea sólo eso, la Voz.
No confundan las llaves de mi canto
que el trinar de canario no me basta.
No le den importancia a mis acordes
ni pongan etiqueta en mi garganta.
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