El gorrión
ni el más destacado en el volar.
Fue tan solo un gorrión cualquiera
con la buena suerte de viajar y llegar.
Y anidar, anidar en el Comité Central
y no en algún tejado en San Miguel.
Y no es por presumir,
y menos, alardear
sandunguero por encima del nivel.
Anidar, anidar donde ya les comenté,
repetirlo puede resonar así: desafiante;
además, la verdad, como ya no anida allí,
le da pena que le crean
un gorrión importante.
Todo bien: su gorriona y él
con las sobras de un festín.
Se engordaba tanto que, después,
para qué empollar.
Siempre fiel, al amanecer
prestos a revolotear
como secretos de Estado
nunca desclasificados
hubo alguna vez que se sintió.
¡Ay! vanidad, dime:
¿Quién no te vio?
Él no fue nunca gorrión de guerra,
ave probeta, ni estelar.
Fue tan sólo un gorrión cualquiera
con la buena suerte de viajar y llegar.
Hasta que su gorriona y él
decidieron cabalmente
procrear pichones en aquel
tan buen ambiente.
Sucedió que, tiempo después,
sus soñados descendientes,
egocéntricos, al modo
creen merecerlo todo
por encima de sus alas,
por delante de sus ojos,
buscando el más alto alambre.
Torpes, vagos, sedentarios,
ni muriéndose de hambre
picarían pan del barrio.
Irreal su vida entera,
presos de invisible pajarera.
Y él no fue gorrión para una jaula
pues la libertad fue su bandera.
Como digno miembro de su fauna
continuó como un gorrión cualquiera.
Y se fue, y se fue de donde les conté,
a pasar lo que le queda por vivir
entre intrascendentes
y tanta buena gente
que no tienen donde estar ni donde ir.
Y se fue, y se fue para la calle G,
donde impera la alegría y la bohemia,
a riesgo cada día
—como esta melodía—
del colimador de un tirapiedras.
Del colimador de un tirapiedras.
Piedras...
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