El escéptico
declaro, fatigado, del todo desengañado,
que deseo ir por el mundo con un solo accesorio,
un cartel que siempre verán colgado de mi cuello:
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
Dios, diablo, paraíso, infierno y purgatorio
los buenos recompensados y los malos castigados,
y el cuerpo de Dios en el cáliz, presente pero incorpóreo,
y el vino que se transforma en sangre, y los aceites consagrados...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
Y la buena ventura, el arte adivinatorio,
las cartas del tarot, las líneas de la mano,
la llave de los sueños y el péndulo oscilatorio,
los astros que indican qué pasará mañana...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
Las pruebas indudables, lo que es más perentorio,
los testigos dignos de un crédito patente,
y los buenos tratos durante un interrogatorio,
y las confesiones espontáneas...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
La prisión, el cadalso y algún otro exutorio,
y la eficacia de toda condena a muerte,
y el criminal armado de un deseo expiatorio,
que siente remordimientos para llegar a un buen puerto...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
Sobre la tumba, todo discurso exclamatorio,
aquello de “Era un buen hijo, un buen padre, un buen marido.”
“Era el mejor de todos, también el más meritorio,
"un santo, un pedazo de pan, el alma más noble"...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio”.
Aquellos que hablando seducen al auditorio,
y hacen que llore y grite con esperanza y miedo,
y los mil cuentos de cualquier repertorio,
y los muertos siempre necesarios para un mañana mejor...
“Yo no me trago nada, todo me parece irrisorio,
pero envidio a los que se lo meten como un supositorio.”
La cantautora mexicana Natalia Lafourcade actuó en solitario ayer domingo en el Liceu de Barcelona en el marco del Suite Festival, en un concierto cargado de emoción radical, depuración estilística, mestizaje sonoro, dramaturgia íntima y canción de autor en estado puro. Sílvia Pérez Cruz fue su invitada en sensible abrazo musical.
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