Los viejos
o quizá lo hacen sólo
con el rabillo de los ojos.
Incluso siendo ricos, son pobres,
no tienen ilusiones
y tienen un corazón para los dos.
En su casa huele a tomillo,
a limpio, a lavanda
y a viejas palabras.
Que en Paris se vive
como en provincias
cuando se ha vivido demasiado tiempo.
¿Por haber reído demasiado tiempo,
sus voces se quiebran
cuando hablan del ayer?
¿Por haber llorado mucho,
sus lágrimas aún
resbalan por sus párpados?
Si tiemblan un poco,
es porque envejece
el péndulo de plata
que susurra en el salón,
que dice sí, que dice no,
que dice: "os estoy esperando".
Los viejos ya no sueñan,
sus libros dormitan,
sus pianos están cerrados.
El pequeño gato murió,
el muscat de los domingos
ya no les hace cantar.
Los viejos no se mueven,
sus gestos tienen demasiadas arrugas,
su mundo es demasiado pequeño.
De la cama a la ventana,
de la cama al sillón,
de la cama a la cama.
Salen todavía
cogidos del brazo
con su ropa apergaminada
para ir bajo el sol
al entierro de uno más viejo,
de uno más feo.
Y en lo que dura un sollozo,
olvidarse por una hora
del péndulo de plata
que susurra en el salón,
que dice sí, que dice no,
y luego les espera.
Los viejos no mueren,
se adormecen un día
y duermen por mucho tiempo.
Se agarran de la mano
porque tienen miedo a perderse
y sin embargo se pierden.
Y el otro se queda,
el mejor o el peor,
el dulce o el severo.
No importa:
el que se queda
se encuentra en el infierno.
Quizá le veáis,
le veáis triste
bajo la lluvia
atravesar el presente
disculpándose
por no estar ya más lejos
y escapar por última vez
del péndulo de plata
que susurra en el salón,
que dice sí, que dice no,
que dice: "os estoy esperando".
que susurra en el salón,
que dice sí, que dice no
y luego nos espera.
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