Pesadilla por entregas


Aquel lunes se levantó desasosegado
y en el desayuno comentó con su mujer
haber soñado que le perseguía un hombre
de aspecto facineroso
armado con un 38
cazándolo a tiros por toda la ciudad,
por las azoteas y bajo las alcantarillas,
corre que corre y aquel hombre detrás,
implacable y decidido
como un ángel de la muerte.

Aterrado y ciego, tropezó,
pero antes de que el verdugo rematase la faena
él sacó un arma y con media docena
de tiros lo dejó tendido
en medio de un charco de sangre.
Y de detrás de un árbol salió Pablo,
un compañero de penurias de oficina,
para hundirle un cuchillo de cocina
al herido en el cogote
como quien descabella un toro.

Y al día siguiente, sentado a los pies de la cama,
él le dijo, lloroso, con mala cara,
que la maldita pesadilla continuaba
con él en medio de la calle
con una pistola en la mano
que aún humeaba por el cañón.
La gente gritaba, lloraba y corría
y él quería mover los pies, pero no podía.
¿Qué es lo que estaba pasando?
¿Quién cojones era aquel muerto?

Pablo tampoco pudo huir. Rodeados
de policías, coches y sirenas,
con las manos esposadas a la espalda,
a puñetazos y empujones
se los llevaron en un furgón.
Después un rincón oscuro y una luz en los ojos
y unos hombres haciendo preguntas y amenazas
en relación a un mafioso muerto en la plaza
por dos fanáticos fieles
a diabólicos rituales.

Se despertó empapado y temblando
la noche siguiente, hacia las tres y media,
"Mañana sin falta iremos al psiquiatra...",
se dijo ella, mientras él
le contaba sollozante
que el juez, sin haberles escuchado,
los condenaba a dieciocho años y un día.
Pensaba que jamás volvería
a mirarse en sus ojos
ni a mojar pan en su plato.

Por suerte, Pablo, camino de la cárcel,
utilizando la conocida argucia
del tengo pipí y tengo la meera floja,
saltó en marcha del tren
y huyó en la oscuridad.
Y él se pudría en un calabozo frío
con un camello colgado que sólo reía
y un travestí con barba que le decía:
«Cuando te acostumbres, verás
que no se está tan mal,"

Cuando volvió del médico, se quedó dormido
profundamente como un bebé en el sofá
y hubiese podido seguir durmiendo hasta el día siguiente
de no haberlo despertado
su pobre mujer
gritando que Pablo había telefoneado
que la pasma le seguía los pasos,
que no era un buen escondite la casa,
que fondeado en el puerto
esperaba un barco griego.

Cayó redondo y al recobrarse tuvo
la sensación de que la tierra se movía,
abrió los ojos y se topó con una cara
muy parecida a Charles Boyer
sonriéndole a un palmo de la nariz,
ofreciéndole una taza de café
y con voz de viejo lobo de la mar decía:
«Avez-vous bien dormi, madame, monsieur?
Dans une demie-heure nous
arriverons à Marseille.

C'est joli la liberté,
n'est-ce pas, monsieur?
C'est joli la liberté."

(Continuará...)
Versión de Joan Manuel Serrat
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Esta canción aparece en la discografía de
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